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Reconocer el pecado es el primer paso

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«Todos los que hacen lo malo odian la luz, y no se acercan a ella para que no se descubra lo que están haciendo» (Juan 3:20).

UN CAPELLÁN de una prisión de Nueva York visitó a un joven que había sido condenado por el asesinato de su propia madre. El capellán, sin duda con la mejor de las intenciones, comenzó la conversación ofreciendo todas las excusas que fue capaz de encontrar para la conducta del preso: «Al haber crecido en un barrio marginal, seguro que estuviste muy expuesto a la violencia —le dijo—; me imagino también que recibiste poco amor durante tu infancia y tu juventud, seguramente por tus circunstancias tenías la impresión de que la vida no vale nada...». «¡¡Espere!!! —le interrumpió el preso, algo indignado— He matado a mi madre y eso no está bien».* No quería escuchar más justificaciones para el acto tan atroz que había cometido. Era consciente de su culpabilidad y no deseaba retroceder a ese estado de negación que es más desesperado que el de la aceptación del pecado.

Es curioso este suceso porque normalmente soy yo, la pecadora, quien me justifico a mí misma cuando cometo un acto que va claramente contra los principios de Dios. Caigo fácilmente en la tentación de encontrar mil excusas para mi conducta, de manera que logro a veces incluso engañarme a mí misma con mis propios razonamientos, para que el temido sentimiento de culpa no haga acto de presencia. Al pecado le gusta permanecer en la oscuridad, pero de la oscuridad es difícil rescatar a nadie.

El peor escenario imaginable en el que se puede caer tras pecar es el de decirse a una misma: «No podía haberlo evitado; no tuve más remedio que pecar». Porque siempre hay otra opción: la opción de ser fiel a Dios. El primer paso para superar situaciones de pecado es reconocer la culpa, responsabilizarnos de nuestros actos y asumir sus consecuencias, por muy negativas que sean. El sentimiento de culpa tiene su lado positivo: nos conduce a la fuente del perdón. Negarnos a nosotras mismas ese sentimiento con sofismas racionales es hacernos un flaco favor.

Todas somos pecadoras; todas tenemos algo de lo que sentirnos culpables. Pero gracias a Dios que puede transformar esa culpa en arrepentimiento y perdón, siempre y cuando no neguemos la gravedad de los hechos ni nos justifiquemos.

“La verdad te hará libre”. Jesús

* Citado por Peter Van Breemen en The God Who Won't Let Go (Indiana: Ave Maria Press, 2001), pp. 52-53.

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