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Nuestras obras siguen

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«Bienaventurados [...] los muertos que mueren en el Señor. [...] Descansarán de sus trabajos, porque sus obras con ellos siguen» (Apoc. 14: 13, RV95).

EL VERDADERO CRISTIANISMO tiene un enorme poder de atracción. No hay quien se resista al amor, la abnegación, las buenas obras, las palabras inspiradas... en fin, a una vida que encuentra su propósito en Dios. Su atractivo es tal que nos inspira a seguir ese camino, y su huella permanece durante mucho tiempo en la memoria. Así fue la vida de Elizabeth Gurney: cristianismo en acción. Por eso hasta hoy llega el recuerdo de sus obras, que sirven de inspiración a las mujeres cristianas de todo el mundo.

Elizabeth (1780-1845) simplemente se fijó en las más marginadas de la sociedad de su tiempo y decidió hacer algo por ellas. Con esa determinación visitó al alcaide de una prisión: «Señor, me gustaría entrar y orar con las presas», le dijo. Dada su clase social, se le concedió la petición. Desde entonces dedicó gran parte de su tiempo, recursos y energía a llevar el amor de Cristo a presidiarias que vivían en condiciones infrahumanas junto con sus hijos. Las convenció de su dignidad como criaturas de Dios y, lo que tuvo tan humilde comienzo, se convirtió en un movimiento de reforma del sistema penitenciario que se extendió por Europa, América y Australia. Se comenzaron a impartir programas de manualidades en las cárceles, se dio trabajo a muchas presas y se enfocó el encarcelamiento hacia la rehabilitación, no hacia el castigo. Elizabeth recaudó fondos para construir refugios para los sin techo y fundó una escuela de enfermería. Su oración incesante era: «Señor, dirígeme en lo que debo hacer y en lo que debo dejar de hacer».*

¿En qué estamos beneficiando a nuestra sociedad? ¿Qué inspiración recibirán de nosotras las generaciones que nos siguen? ¿No crees que es algo en lo que merece la pena invertir tiempo y energías? Si estás pensando que no te queda tiempo para nada, te diré que Elizabeth Gurney no era una mujer soltera que no sabía qué hacer con su tiempo libre; estaba casada y tenía once hijos.

Simplemente busca dónde hace falta una mano e invierte allí tu amor. Un pobre, un enfermo, alguien marginado, abandonado o que sufre... Ellos nunca lo olvidarán, y el mundo será un lugar mejor.

“La mayor atracción de Londres en 1820 no era el Big Ben, la Abadía de Westminster o el Museo Británico; era Elizabeth Gurney”. John Randolph

* Elliot Wright, Holy Company (Nueva York: Macmillan, 1980), pp. 120-123.

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