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La ignorancia es atrevida

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«Esta es la voluntad de Dios: que haciendo bien, hagáis callar la ignorancia de los hombres insensatos» (1 Ped. 2: 15, RV60).

WADE MILLER quería un par de entradas para un partido de volibol de los Juegos Olímpicos de Atlanta. Así que llamó por teléfono para obtenerlas: «Hola, buenas tardes, estoy llamando desde Santa Fe, Nuevo México». Y fue puesto en espera. «Lo sentimos, pero no podemos vender entradas fuera de los Estados Unidos», dijo al rato la vendedora, «¡Pero cómo que fuera de los Estados Unidos! —protestó Wade, indignado—. ¡Estoy llamando desde Nuevo México!». «Lo siento, señor, tendrá que ponerse en contacto con el Comité Olímpico de México», insistieron desde el otro lado del teléfono. «¡Pero yo no vivo en México, sino en Nuevo México!», insistió Wade, y durante los siguientes minutos intentó demostrarle a la agente que Nuevo México está en los Estados Unidos. Sin éxito. Cuando logró hablar con la supervisora, la respuesta que recibió fue: «No importa si está usted en Nuevo México o en “Antiguo México”, tiene que comprar las entradas en su país».*

No te rías, la ignorancia es atrevida, y hay que ver las cosas que se hacen por desconocer información y no ser abiertas; por no tomarnos la molestia de investigar, de aprender, de saber o de intentar, al menos, comprobar si el otro tiene razón. La ignorancia tiene mucho que ver con la cerrazón mental. Y lamentablemente, en estos tiempos en que vivimos, la ignorancia abunda por todas partes. ¿Cómo llegar a una generación que está cegada por los prejuicios, que nada más oír la palabra «Dios» cierra la puerta? ¿Cómo lograr que escuchen? A veces es tan imposible como lo fue en este relato, pero lo que siempre está a nuestro alcance es continuar dando todos los argumentos posibles, especialmente el de nuestra propia forma de vivir la vida. Y hacerlo con amor por el ignorante, en lugar de alejarnos de él.

Jesús se hizo hombre; vivió como hombre. No intentó alcanzarnos desde fuera, observando nuestra ignorancia, sino que se hizo uno como nosotros, nos dio todos los argumentos que podía dar, nos ofreció una vida perfecta e hizo todo lo que se podía hacer para que comprendiéramos; más allá de eso, es una decisión personal. Dios respeta la libertad de conciencia, ¿y tú?

“Todos Somos muy ignorantes. Lo que ocurre es que no todos ignoramos las mismas cosas”. Albert Einstein

* Dwight Nelson, El Dios que no me enseñaron (Doral, Florida: APIA / México D.F: GEMA, 2012), pp. 11-12.

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