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La noche que Jacob luchó con el Ángel se la llamó "el tiempo de angustia de Jacob”. Pero, esa angustia se convirtió en victoria. Aunque había quedado rengo por un zoque del Ángel, Jacob rehusó dejarlo ir.
“No se dirá más tu nombre Jacob, sino Israel; porque has luchado con Dios y con los hombres, y has vencido [...]. Y lo bendijo allí (Génesis 32:28, 29).
La bendición era que Jacob fue perdonado. Ya no lo molestarían más los sentimientos de culpa sobre sus pecados pasados ni se preocuparía por su hermano Esaú. Cristo había estado tan impresionado por la humillación y la determinación de Jacob que le había cambiado el nombre, Israel, “el que gobierna con Dios”.
Y Jacob estaba tan conmovido por lo que había ocurrido que llamó Peniel al lugar donde se llevó a cabo la lucha porque “he visto a Dios cara a cara”, dijo, “y todavía sigo con vida (vers. 3O, NVI).
“Mientras Jacob luchaba con el ángel, otro mensajero celestial fue enviado a Esaú” (Patriarcas y profetas, p. 198). Él soñó que veía a Jacob huyendo del hogar y manteniéndose alejado por veinte años. Lo vio llorando cuando se enteró de la muerte de su madre. También vio a los ángeles de Dios alrededor de Jacob, protegiéndolo. Cuando se despertó, Esaú reunió a sus hombres y les contó lo que había soñado.
“Les estoy dando una orden”, dictaminó, “Ninguno va a lastimar a mi hermano”. Cuando las dos compañías finalmente se encontraron, fue bastante diferente de lo que cualquiera hubiera imaginado. No hubo derramamiento de sangre o huidas aquel día. Jacob, ahora conocido como Israel, lentamente se acercó “con sus mujeres e hijos, acompañado de pastores y siervas, y seguido de una larga hilera de rebaños y manadas” (ibíd.).
“Al ver a su hermano cojo y doliente, “Esaú corrió a su encuentro y le abrazó, y se echó sobre su cuello, y le besó, y lloraron” (Génesis 334). Hasta los corazones de los rudos soldados de Esaú fueron conmovidos cuando presenciaron la escena” (ibíd.) Aunque Esaú les había contado su sueño, simplemente no lo podían entender.
Poco sabían ellos que lo que parecía ser la debilidad de un hombre cojo era, en realidad, su fortaleza.