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LECCIONES PARA LOS QUEJOSOS

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Abrió la peña, y fluyeron aguas; corrieron por los sequedales como un río. Salmo 105.41.

Tantas cosas les habían sucedido a los israelitas que apenas parecía posible que hubiera transcurrido solo un mes. Cruzaron el mar Rojo, caminaron por el desierto de Shur; tragaron (y escupieron) las aguas amargas de Mara; descansaron en el hermoso oasis de Elim con su variedad de árboles, pasto alto y doce manantiales; volvieron a salir al desierto de Sin; y comenzaron a comer maná como su alimento principal

Ahora estaban caminando arduamente a través del extremo del desolado desierto de Sin, acercándose a Refidim. No había pasto verde ni árboles de sombra que dieran alivio del sol abrasador. Era la primavera tardía y debían haber arroyos fluyendo por los valles. Pero, cuando los israelitas fueron al lugar de acampada en Refidim, no había una gota de agua en el lecho del río.

 “¡Agua! Danos agua”, le gritaron a Moisés. Cuanto más gritaban, tanto más tristes e impacientes se volvían, hasta que finalmente recogieron piedras y estuvieron por matar a Moisés. En angustia, Moisés lloró al Señor:

"¿Qué haré?"

Dios le dijo que tomara a los ancianos de Israel consigo, delante del pueblo, y golpeara una roca con su vara de pastor. Cuando Moisés lo hizo, ocurrió un milagro. El agua brotó de la roca, dando lugar a un arroyo con suficiente provisión para todo el campamento.

El pueblo se había comportado de una manera tan terrible que Moisés llamó al lugar Masah, que significa “tentación”, y Meriba, que significa “murmuración”.

Por haber murmurado contra él, Dios permitió que la belicosa tribu de los amalecitas atacara a los rezagados. También tenía otras lecciones para que su pueblo aprendiera.

Al día siguiente, Moisés seleccionó a algunos de los hombres más valientes para que persiguieran a los amalecitas, mientras él subía a una colina alta con su vara de pastor en la mano a fin de orar para que tuvieran éxito. Mientras estaba parado allí con sus manos levantadas, Aarón y Hur, quienes habían subido a la cima de la colina con Moisés, notaron que cada vez que Moisés se cansaba y bajaba sus manos los israelitas comenzaban a perder la batalla. Así que, Aarón y Hur sostuvieron sus manos arriba hasta que el sol bajó y los amalecitas huyeron.

Dios estaba tratando de enseñar a su pueblo que podían confiar en él para que peleara sus batallas por ellos. También intentaba enseñarles que, en lugar de quejarse a los gritos ante Moisés, debían estar ayudándolo. 

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