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ESCUCHANDO A DIOS HABLAR

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Samuel creció, y Jehová estaba con él, y no dejó caer a tierra ninguna de sus palabras. 1 Samuel 3:19.

Samuel tenía alrededor de doce años cuando sucedió. Una noche, después de haber ido a dormir, y cuando todo estaba en silencio, oyó claramente que lo llamaban por su nombre.

Saltando de su cama, entró corriendo a la habitación de al lado, donde el sacerdote Elí estaba durmiendo profundamente.

“Aquí estoy”, dijo Samuel, “porque me has llamado”. El sacerdote se quejó un poco mientras se daba vuelta.

“No, no te llamé Ve, acuéstate”. Y con eso, Elí regresó a su lugar calentito y volvió a dormirse. Mientras, Samuel volvió en puntas de pie a su propia cama, preguntándose por qué Elí lo había llamado para luego decirle que no lo había hecho. El niño se estaba terminando de tapar una vez más, cuando oyó su nombre otra vez. “¡Samuel! ¡Samuel!”

Saltando de su cama, corrió inmediatamente al lado de Elí. Ahora estaba seguro de que el sacerdote Elí lo había llamado. “No, hijo mío, no te llamé Ahora ve, acuéstate otra vez”.

 Luego, por tercera vez ocurrió lo mismo. Esta vez, el sacerdote se sentó lentamente en la cama. Algo estaba pasando en la habitación de Samuel. Elí sabía que él no había llamado al niño y, como no había nadie más alrededor, se dio cuenta de que debía de ser el Señor quien lo estaba llamando.

“Ve, acuéstate, y si él llama de nuevo, di: "Habla, Señor, porque tu siervo oye’”.

 Samuel conocía a Dios desde sus primeros años. Su madre le había enseñado muchos sobre Dios. Y, desde que había venido al Tabernáculo para quedarse con Elí, el envejecido sacerdote lo había instruido cuidadosamente en lo concerniente al Señor. Pero esto era distinto. Dios realmente lo estaba llamando Samuel se acostó acomodando las mantas debajo de su mentón y miró en la oscuridad con ojos muy abiertos.

Cuando la voz misteriosa lo llamó de muevo, el niño estaba tan impresionado por el pensamiento de que el gran Dios mismo estaba hablando que se olvidó las palabras exactas que tenía que decir,

Dios lo había llamado para ser un profeta aunque era solo un niño. Su madre lo había dedicado al Señor por todo el tiempo que viviera, y Samuel aceptó esa entrega, No permitiría que ninguna de las palabras de Dios se perdiera. A Dios no le importa cuántos años tenemos, siempre y cuando le respondamos. Puede que no seas llamado a ser un profeta, pero Dios está dispuesto a venir muy cerca y hablar a tu corazón, si estás tan dispuesto a escuchar y obedecer como Samuel.

 

 

 

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