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 AGOTANDO A DAVID

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En ti, oh Jehová, me he refugiado; no sea yo avergonzado jamás. Salmo 71:1

Una vez más, Saúl estaba a la caza de David. La última ocasión en que los dos se habían encontrado fue en una cueva. Esta vez, fue alrededor de una fogata. Saúl y su general del ejército, Abner, estaban durmiendo cuando David los descubrió.

“¿Quién descenderá conmigo a su campamento?”, preguntó David.

Abísai levantó su mano como voluntario. “Yo descenderé”.

Los dos hombres se arrastraron por el lado oscuro de la colina justo en el campamento de Saúl. Abisai sintió que el Señor había entregado a Saúl en la mano de David. Levantando su lanza, estaba por matar al Rey.

“Déjame clavarlo de un golpe en la tierra”, susurró.

“¡No!” David susurró tan fuerte como pudo. “Guárdeme Jehová de extender mi mano contra el ungido de Jehová. Pero toma ahora la lanza que está a su cabecera, y la vasija de agua, y vámonos” (i Samuel 26:11).

Cuando David y Abisai estaban a una distancia segura en la cima de la colina, llamaron al campamento de Saúl a fuerte voz. Todos se despertaron y frotaron sus ojos. ¿Qué estaba pasando?

David gritó a Abner: "¿[res tú un hombre realmente valiente? ¿No se supone que eres el guardaespaldas del Rey, que lo protege?"

Luego, le recordó al soldado que como jefe del ejército se había dormido en su guardia. Mostrando la lanza de Saúl y la vasija de agua, les recordó a todos los que estaban escuchando su voz que podría haber matado a Saúl si lo hubiese elegido. Abner estaba terriblemente molesto con esto, pero era la verdad.

Saúl fue conmovido profundamente y reconoció que estaba equivocado. “He pecado; vuélvete, hijo mío David, que ningún mal te haré más... He aquí yo he hecho neciamente” (vers. 2l).

Pero David había oído esto antes y no se iba a colocar a sí mismo al alcance de Saúl.

“Aquí está tu lanza y el agua”, volvió a llamar. “Envía a uno de tus hombres para que los busquen”.

La constante amenaza de muerte estaba agotando a David. Es fácil sacar nuestros ojos de Dios cuando nos sentimos débiles y cansados, pero este es el mejor momento para aferrarnos a él. Dile a Dios que te sientes abrumado por cualquier cosa que te esté agotando y que quieres que te ayude a confiar en él completamente.

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