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Hoy en día, no nos gustan los nombres largos. Son difíciles de pronunciar y, simplemente, nos molestan. Pero era distinto en los tiempos bíblicos. Los nombres de los hijos tenían un significado especial, y no importaba cuán largos fueran.
Isaías, que estaba casado con “la profetisa”, como llamaba a su esposa, tenía un hijo llamado Sear jasub; tal vez lo llamaban “Sear” o “Ub”, para acortarlo. Lo cierto es que significaba “Un remanente regresará”. Su nombre era un recordativo de la certeza de la profecía de Isaías de que Dios conservaría un remanente, o pequeño grupo, de su pueblo.
Pero, espera. Isaías puso a su segundo hijo el nombre más largo de la Biblia: Mahersalal-hasbaz. Hoy lo llamaríamos “Baz”, no por el trabalenguas completo de seis sílabas.
Y espera a escuchar esto: ¡Isaías lo llamó Maher-salal-hasbaz antes de que naciera! Dios dijo al profeta que tomara una “lapicera” y escribiera este nombre largo en un pergamino, y lo registrara ante el sacerdote y otro testigo. En otras palabras, ¡Isaías registró un certificado de nacimiento antes de que hubiera un nacimiento!
Puedes imaginar las miradas en las caras del sacerdote y el testigo, porque el nombre, en efecto, significaba “El botín se apresura, el despojo se acelera”.
“Antes de que el niño sea capaz de decir papi’ o ‘mami’”, profetizó Isaías, “Asiria se llevará la riqueza de Damasco y los despojos de Samaria”.
Y así fue que antes de que transcurrieran dos años, el nombre del segundo hijo de Isaías probó que era un profeta verdadero. Maher-salal-hasbaz era una señal de la velocidad con que los asirios iban a “despojar” Samaria y a “saquear” Damasco.
Por más de sesenta años Isaías permaneció como profeta del Señor ante el pueblo de Judá. Vivió durante el reinado de cinco reyes y sirvió como profeta, predicador y consejero.
El último rey, Manasés, dio la espalda a Dios e hizo que este fiel profeta fuera serruchado por la mitad. Pero la vida consagrada y cultivada de Isaías todavía resplandece desde las páginas de su libro. Escribió sobre la venida del Mesías y las glorias del cielo con gran estilo.
A Isaías se lo recuerda, especialmente, como el profeta de la esperanza y el profeta del evangelio: el hombre que continuamente escribió de las promesas de Dios y de las buenas nuevas de salvación.