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La soberbia del hombre le abate; pero al humilde de espíritu sustenta la honra. Proverbios 29:23.

Ezequías estaba tan adulado que prácticamente se estremecía de la emoción. ¡Embajadores de la lejana Babilonia acababan de llegar para verlo! Habían traído cartas y un presente de parte de su rey, felicitándolo por haber sido sanado. Pero, por sobre todo, habían venido para conocer la verdad acerca de Dios. ¡Qué oportunidad!

 Ezequías debería haber abierto sus mentes a la maravillosa historia del poder del Dios viviente, pero, sobresalió su orgullo. En ese momento, quiso mostrar a los visitantes cuán grandes eran él y su reino, así que comenzó una visita guiada, que estuvo destinada a hacer que estos paganos se apartaran del Dios del cielo hacia los dioses de plata y de oro.

 Los ojos se abrían y cerraban para enfocar mejor, Cofres de tesoros llenos hasta el borde con oro brillante, plata y gemas preciosas. Sí, sí; esto se veía muy interesante. “Pero, esperen; esperen a ver esto” Ezequías continuaba diciendo con un destello en sus ojos.

 Les mostró más y más cosas, hasta que finalmente les había mostrado absolutamente todo Ezequías había estado tan fascinado por estos dignatarios extranjeros que había olvidado su obligación de contarles algo acerca de Dios. También se olvidó de que ellos representaban a una nación poderosa que, aunque temporalmente estaban bajo el poder de Asiria, algún día gobernarían el mundo.

 Cuando se fueron, probablemente, Ezequías se sintió muy satisfecho y sonrió con suficiencia para sí mismo. ¡Sí, señor! Ahora saben cuán grande soy. Sus botones casi se le revientan pensando en esto.

Luego, apareció el profeta Isaías.

"¿Qué vieron en tu casa?", preguntó enfáticamente (2Reyes 20:15).

Ezequías le explicó todo lo que había hecho. Después, Isaías le contó el drama de todo esto y cómo se sentía el Cielo ante esta situación. Llegaría el día en que los babilonios regresarían y tomarían todo lo que habían visto; Jerusalén caería. Esto no tendría lugar en los días de Ezequías, pero ciertamente ocurriría.

Ezequías estaba apenado, pero el daño ya había sido hecho. Si su mente hubiese estado llena con el amor de Dios, este terrible recorrido de vanidad nunca habría tenido lugar y solo el Señor habría sido exaltado.

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