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El joven rey Josías no estaba satisfecho con adorar al Señor estando solo. Sentía muy fuertemente que debía hacer algo más para ayudar a su pueblo a volver a Dios.
En el duodécimo año de su reinado, ordenó que se derribaran y destruyeran todas las imágenes talladas y los ídolos que estaban en Jerusalén y en sus alrededores.
Al año siguiente de haber comenzado este programa de trituración de ídolos, su joven amigo Jeremías fue llamado para ser un profeta del Señor. Se animaron entre sí para ayudar al pueblo al buscar a Dios con todo su corazón.
Más tarde, Josías se interesó en reparar el Templo, de manera que la casa de Dios fuera un mejor lugar para adorar. Fue mientras los obreros estaban ocupados en reparaciones que el sacerdote Hilcías, padre de Jeremías, descubrió algo que desencadenaría aún más grandes reformas.
"He hallado el libro de la ley" (2Reyes 22:8), jadeó, mientras desempolvaba el rollo perdido hacía mucho tiempo, Cuidadosamente, entregó el viejo manuscrito a Safán, el escriba experto, quien comenzó a leerlo, indudablemente, las lágrimas brotaban de sus ojos mientras estaban allí, de pie, en aquella esquina remota del Templo, leyendo las palabras escritas por Moisés tantos siglos antes.
Decidieron que las noticias del hallazgo del viejo volumen sagrado deberían compartirse. Safán lo llevó al rey Josías inmediatamente, y con entusiasmo le contó lo que Hilcías había encontrado.
Josías fue profundamente conmovido, mientras se dejaba abstraer por las palabras de esperanza y de castigo de Moisés, escritas bajo la dirección de Dios. Se dio cuenta delo trágico que era que el propio pueblo de Dios haya descendido por falsos caminos. Se le recordó que las promesas del Señor eran firmes. Y se apoderó de él la sombría comprensión de que si el pueblo rechazaba a su única Fuente de ayuda, Dios no tenía otra opción más que permitirles sufrir el destino al que ellos mismos se estaban dirigiendo: destrucción y cautividad, a manos del mismo pueblo cuya adoración a los ídolos estaban copiando.
“Id y preguntad a Jehová por mí [...] y por todo Judá” (vers. 13). Rápidamente, sus siervos hicieron una visita a la profetisa Hulda. Bajo inspiración, esta piadosa mujer advirtió a Josías que la destrucción ya estaba viniendo; pero que como se había vuelto al Señor con todo su corazón, no ocurriría durante su vida.