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CUATRO EN EL FUEGO

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En Dios he confiado; no temeré: ¿qué puede hacerme el hombre? Salmo 56:11.

Nabucodonosor miró severamente a Sadrac, Mesac y Abed-nego. “¿Es verdad que no servirán a mis dioses ni adorarán a la imagen de oro que he levantado?”

Los tres hebreos asintieron con la cabeza.

“Los arrojaré a los tres allí, si no hacen como se les dice”, amenazó Nabucodonosor, señalando con su dedo hacia la escalofriante hoguera.

Pero los muchachos, aun así, se negaron. Ni amenazas ni palabras de enojo podían hacerlos cambiar su lealtad a Dios.

 “caliéntenlo aún más”, gritó el rey furiosamente, “Calienten el horno siete veces más”.

Luego, con su rostro desfigurado por la rabia, sacudió su mano ordenando a los oficiales del ejército que amarraran a los tres hebreos y los arrojaran en las llamas. Mientras los jóvenes estaban siendo atados, los asistentes del horno derramaron más aceite crudo y paja sobre las llamas. El horno se puso tan caliente que los oficiales que arrojaron a los tres jovencitos allí adentro murieron, por el calor.

Más tarde, la cara de Nabucodonosor se puso pálida. Pestañeó y frotó sus ojos. Alarmado, se volvió a sus empleados más cercanos.

"¿No arrojamos solo tres hebreos en aquel fuego?", preguntó, "Es correcto, oh, rey", replicaron, "Bien pero yo veo a cuatro hombres deambulando por allí, ilesos. Y el cuarto es como el Hijo de Dios"

¿Cómo sabía Nabucodonosor cómo era el Hijo de Dios? Con la mayor claridad y sencillez posible, Daniel y sus amigos habían explicado al rey acerca del Dios a quien adoraban. “Les habían hablado de Cristo, el Redentor que iba a venir; y en la cuarta persona que andaba en medio del fuego, el rey reconoció al Hijo de Dios” (Profetas y reyes, p.374).

Olvidándose de su propia dignidad y grandeza, Nabucodonosor bajó de su trono y fue tan cerca de la entrada del horno como se atrevió sin que fuera chamuscado. “Ustedes, siervos del Dios Altísimo”, llamó “vengan aquí, afuera”.

Sadrac, Mesac y Abed-nego obedecieron, y cuando el rey y todos los oficiales los rodearon, abrieron sus bocas en sorpresa, cuando vieron que la única cosa quemada fue las cuerdas con las que los habían atado Literalmente, Jesús estuvo con ellos en su prueba de fuego, y se aseguró de que el fuego no los quemara, ni sus ropas o, incluso, su cabello.

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