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UN DEDO MORTECINO

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Dios traerá toda obra ajuicio, juntamente con toda cosa encubierta, sea buena o sea mala. Eclesiastés 12:14.

Después de 43 años como rey, Nabucodonosor murió, y su nieto gobernó en su lugar. Sin embargo, Beltsasarno estaba interesado en la maravillosa conversión de su abuelo ni en nada que tuviera que ver con el verdadero Dios,

Beltsasar se sentía listo y seguro. Babilonia era rica y estaba fuertemente fortificada, Le importaba muy poco que los ejércitos de los medos y los persas estuvieran en marcha contra su reino. Había muros dobles alrededor de la ciudad. El muro de afuera medía 79 m de ancho, con 250 torres de vigilancia por todo del borde. Alrededor del interior de la ciudad, donde estaba situado su propio palacio y salón de banquetes, había una fosa y dos paredes más.

Así que, ¿por qué preocuparse? Tenían comida, vino, riquezas y protección. Beltsasar comenzó a organizar una gran fiesta. Cuando llegó la noche del festival, las cosas se pusieron cada más y más desenfrenadas hasta que, al final, Beltsasar decidió traer todos los vasos sagrados que habían tomado del Templo de Jerusalén y beber en ellos. Nada era demasiado sagrado como para que no lo usara.

De pronto, cuando la fiesta estaba en su clímax, una mano mortecina apareció por sobre la pared. Un dedo trazó palabras misteriosas en el revoque, que parecían arder como fuego. Cada rostro estaba pálido. No hubo más sonidos estridentes; solo gente que temblaba. Y el que más temblaba era el mismo rey. Así que, llamó a los sabios para que leyeran las palabras, pero ninguno de ellos podía entenderlas. Entonces, la reina madre recordó a Daniel y sugirió al rey que lo llamara.

Cuando llegó Daniel, echó un vistazo a esas palabras misteriosas, y otra vez Dios le reveló inmediatamente el significado.

“Has ensoberbecido tu corazón contra el Señor del cielo”, dijo al rey. Luego, girando hacia donde estaban las palabras en la pared, leyó la sentencia espantosa. ¡El reino le sería quitado a Beltsasar esa misma noche!

Los ebrios babilonios se habían olvidado de cerrar las grandes puertas por donde fluía el agua del río Éufrates hacia la ciudad. Ciro, general persa, había desviado el río hacia un lago, y marchó con su ejército por el lecho del río hasta el corazón de la ciudad.

Aquella noche, Babilonia cayó y se estableció un nuevo reino, tal y como Dios lo había predicho.

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