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LAS PRIMERAS COSAS PRIMERO

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Trabajad; porque yo estoy con vosotros, dice Jehová de los ejércitos. Hageo 2.4.

Tan pronto como los judíos comenzaron a construir de nuevo el Templo, los samaritanos desearon unirse al proyecto. “Déjennos construir con ustedes”, propusieron. Zorobabel, el gobernador nombrado por el rey, sacudió su cabeza. Ni él ni los otros dirigentes podían estar de acuerdo con esta propuesta. Los samaritanos eran una raza de gente mixta; y también habían mezclado la religión. Para los judíos, hacer un acuerdo de ayuda con cualquiera de las naciones que los rodeaban los pondría de regreso justo donde habían estado antes de la cautividad.

 Los samaritanos se ofendieron por este rechazo. Se fueron enojados, y comenzaron a hacer todo lo que podían para que los judíos se desalentaran en cuanto a la construcción. Motivaron todo tipo de sospechas sobre los judíos; incluso, difundieron un falso informe al rey, de que los judíos estaban planificando rebelarse en contra de él Aquellos que habían llorado durante la ceremonia de la piedra fundamental solo hacían que el problema fuera peor. Gradualmente, el entusiasmo por construir el Templo fue disminuyendo hasta que, finalmente, el trabajo en la casa de Dios se detuvo por completo.

 Por más de un año, el Templo, parcialmente construido, fue descuidado y casi olvidado. El pueblo volvió su atención a hacer dinero y a cuidar de sí mismos. Pero, algo andaba mal: los cultivos no producían, y no importaba cuán duro trabajaran, tanto más pobres se volvían.

Entonces, Dios levantó a dos profetas, Hageo y Zacarías, para comenzar a instar al pueblo a poner las primeras cosas primero.

"¿s hora de vivir en casas lujosas, mientras la casa de Dios está desolada?", preguntó Hageo. "Han plantado mucho y cosechado poco".

El pueblo entendió el mensaje, y en menos de un mes después de que obedecieran y regresaran a construir el Templo, estas palabras de advertencia fueron seguidas por la aprobación celestial: “Yo estoy con vosotros”, dijo el Señor (Hageo 1:13).

Después, el profeta Hageo dio a este pobre pueblo una predicción de lo más alentadora sobre el nuevo Templo. Podría no ser tan grande ni tan magnífico como el construido por Salomón, pero Dios, hablando a través del profeta dijo: “Vendrá el Deseado de todas las naciones; y llenaré de gloria esta casa” (27).

Jesús mismo, el Deseado de todas las naciones, un día enseñaría y sanaría en ese mismo Templo.

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