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NUEVOS PENSAMIENTOS PARA JESÚS

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He aquí el Cordero de Dios, que quita el pecado del mundo. Juan 1:29.

Era el tiempo de la fiesta anual de la Pascua en Jerusalén. Se requería que todos los hombres de Israel acudieran delante del Señor, y como Jesús tenía doce años ahora, también asistiría.

“Entre los judíos, el año duodécimo era la línea de demarcación entre la niñez y la adolescencia. Al cumplir ese año, el niño hebreo era llamado hijo de la ley, y también hijo de Dios. Se le daban oportunidades especiales para instruirse en la religión, y se esperaba que participase en sus fiestas y ritos sagrados. De acuerdo con esta costumbre, Jesús hizo en su niñez una visita de Pascua a Jerusalén” (El Deseado de todas las gentes, p. 56).

Los caminos estaban llenos de familias que llegaban de todas partes de Palestina. Mientras las mujeres y los ancianos montaban sobre burros o bueyes, los hombres más fuertes y los niños y las niñas caminaban. Como los samaritanos se negaban a permitir que los judíos atravesaran su tierra, José, María y Jesús tenían que hacer un gran desvío por Jericó.

Cuando finalmente alcanzaban el punto más alto por encima de Jerusalén y podían ver las torres del Templo que brillaban por la luz del Sol, todos irrumpían en cantos,

Había gran regocijo porque la Pascua los ayudaba a recordar la primera Pascua que sus ancestros celebraron cientos de años antes. Esta ocurrió cuando Dios libertó a su pueblo de la esclavitud en Egipto, y obró milagro tras milagro para conducirlos a la tierra en la cual vivían ahora. La Pascua los ayudaba a recordar cuánto amó el Señor a sus ancestros y cuán maravillosamente los protegió a lo largo de su viaje. Cada parte de la celebración era una lección espiritual que señalaba a Jesús. Y ahora, aquel mismo Jesús, ahora un niño de doce años, ¡se encontraba con esa ceremonia muy especial, que lo señalaba a él mismo!

Jesús había estado antes en el Templo, pero eso sucedió cuando era un bebé. Ahora se relacionaba con los otros adoradores y oraba con ellos. Por primera vez, observó a los sacerdotes vestidos de túnicas blancas que cumplían con sus solemnes deberes, y estaba fascinado. Cuando mataron al corderito para el sacrificio, nuevos pensamientos e impulsos lo atravesaron. Era como si estuviera estudiando un gran problema. Todos esos textos que había aprendido sobre el Mesías venidero parecían encontrar su lugar. El misterio de su misión se desplegaba ininterrumpidamente ante él, allí, en el Templo.

¡Él era aquel Cordero de Dios, que quitaría el pecado del mundo!

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