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El demonio ha vendido al mundo una gran caja rotulada “Felicidad”, pero es un fraude. Esta así llamada felicidad en realidad crea agitación, irritación, enojo, frustración, depresión, aburrimiento, culpa, enfermedad y, finalmente, la muerte. Desde que Eva cayó por la mentira de este estafador, ha estado encajando su paquete mal rotulado a los incautos desprevenidos de todo el planeta.
Hay placer temporario para el no convertido en usar cosas fuera del cuerpo que mimen su orgullo y llamen la atención hacia sí mismo. Hay un así llamado placer en poner cosas dentro del cuerpo, que causan sentimientos buenos, aun si terminan hiriéndolo o destruyéndolo. Hay placer para los no cristianos en ver y oír cosas que crean deseos que no son santos.
Como sabe que el producto que está vendiendo es falso, su éxito depende de distraer los sentidos. Todos quieren ser felices, entonces el diablo debe presentar constantemente sus encantos. Hace esto porque sabe muy bien que si la gente se vuelve a Jesús y encuentra la felicidad genuina, ha perdido.
En los viejos tiempos, se colocaba un yugo sobre los bueyes, para trabajar. Podían empujar carros y arados de campo, siempre y cuando tuvieran el yugo en sus cuellos.
Jesús dijo: “Llevad mi yugo sobre vosotros, y aprended de mí [...] porque mi yugo es fácil, y ligera mi carga” (Mateo 11:29, 30).
"Por esta ilustración, Cristo nos enseña que somos llamados a servir mientras dure la vida. Hemos de tomar sobre nosotros su yugo, a fin de ser colaboradores con él" (El Deseado de todas las gentes, p. 296).
Satanás se deleita en desalentarnos con una carga de culpa y pecado, pero Jesús quiere que llevemos el yugo de su servicio por medio de la gran Ley de Dios. No hay preocupaciones, ansiedades ni angustia en su servicio. “En toda dificultad, tiene un camino preparado para traer alivio. Nuestro Padre celestial tiene, para proveernos de lo que necesitamos, mil maneras de las cuales no sabemos nada. Los que aceptan el principio de dar al servicio y la honra de Dios el lugar supremo, verán desvanecerse las perplejidades y percibirán una clara senda delante de sus pies” (ibíd., p. 297).
Jesús quiere desesperadamente que conozcamos el mismo gozo que él experimenta. Quiere que aprendamos de él, porque “cuanto más conozcamos a Dios, tanto más intensa será nuestra felicidad” (ibíd., p. 299).