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Jesús subió la calle empinada desde Jericó a Jerusalén, y se detuvo en Betania antes de entrar en la ciudad. Como era usual, se quedó en la casa de Lázaro.
Pero, había alguien más en Betania que quería ver a Jesús, Simón, uno de los pocos fariseos que se había unido abiertamente a los seguidores de Jesús, había sido sanado de la espantosa enfermedad de la lepra. Esperaba que Jesús fuera el Mesías, pero nunca lo había aceptado como su Salvador personal. Aunque todavía era un fariseo de corazón, quería mostrar su gratitud hacia Jesús, así que, el sábado a la noche celebró una fiesta en su honor.
Con tantos invitados importantes que irían al banquete, Simón quiso el mejor proveedor de comida de la ciudad. Su elección fue por Marta, quien era eficiente, de buen corazón y rápida.
Su hermano, Lázaro, era uno de los invitados de honor. La gente llegó en multitud a la casa para ver a Jesús, pero muchos solo venían por curiosidad de ver al hombre que había estado muerto por cuatro días y volviera a la vida.
María también estaba. Debió de haber estado un poco fuera de lugar, pero como Jesús estaba allí, ella también tenía que estar allí.
En aquellos días, la gente comía mientras se recostaba alrededor de tres lados de Una mesa baja, que se abría en el cuarto lado para Servir. Descansando sobre almohadones o almohadas, las personas se apoyaban sobre sus codos.
Era por esta disposición que María pensó que nadie notaría sus movimientos. Había oído hablar a Jesús acerca de su muerte venidera, y con economía y ahorros había logrado comprar un perfume muy especial para su entierro. Representaba el sueldo de casi un año.
Cuando la conversación giró hacia la coronación de Jesús como rey, “su pena se convirtió en gozo y ansiaba ser la primera en honrar a su Señor” (El Deseado de todas las gentes, p. 512). Abriendo el perfume, lo derramó sobre sus pies; después, mientras estaba arrodillada, lloraba suavemente para ella misma, a la vez que secaba los pies de su Señor con su largo cabello suelto. Jesús había hecho tanto por ella, y ella quería devolverle algo de su amor. Ante sus ojos, no había sacrificio hecho en su honor que fuera demasiado grande.