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El domingo amaneció brillante de expectativa. El entusiasmo se extendía por el aire. La esperanza de instalar el nuevo reino de Israel estimulaba a la multitud de gente que arribaba para la Pascua.
Tarde aquella mañana, Jesús anunció sus propios preparativos para ir a Jerusalén. Y esto levantó varios grados el entusiasmo de los discípulos.
Era la costumbre judía que una persona de la realeza montara un burro joven cuando estaba por hacer una entrada triunfal. La profecía antigua de Zacarías, registrada quinientos años antes, había predicho que el Rey entraría en Jerusalén cabalgando de esta manera (ver Zacarías 9:9). ¡Imagina la emoción que recorría de arriba a abajo sus columnas vertebrales cuando envió a dos de ellos más adelante, para buscar un pollino, animal que nunca había sido montado antes!
Así como Jesús había predicho, los discípulos encontraron una burra, con su pollino atado a una puerta, en una intersección en la pequeña aldea de Betfagé, conocida como “Casa de los higos verdes”. Cuando los propietarios salieron y preguntaron por qué los estaban desatando, los discípulos respondieron tal y como Jesús les había dicho: “¡El Señor lo necesita!”
Mientras corrían cumpliendo el encargo, los dos discípulos dijeron a los amigos que Jesús estaba por entrar cabalgando en Jerusalén. La noticia se extendió rápidamente por todos lados, y tan pronto como Jesús se sentó sobre el pollino un grito de cientos de voces llenó el aire. Jesús era su rey Gritaban: “¡Hosanna!” (“Salva, ahora”). “¡Bendito sea el que viene en el nombre del Señor!”
La gente no tenía presentes costosos, pero extendió sus sacos y manos como una alfombra, para que el burrito caminara sobre ellos. Cortaron ramas de olivo y de palmera, y también las arrojaban.
Nunca antes había permitido Jesús tal demostración. Los discípulos deliraban de entusiasmo. Sus mayores esperanzas por fin se estaban por cumplir; eso pensaban. Y Jesús no los detuvo, aunque malinterpretaran su misión, Sabía lo que ocurriría: su entrada triunfal colmaría de tal manera el enojo de las autoridades que lo matarían antes de que terminara la semana.
Pero, por ahora, todos debían volver su atención a Jesús como el gran Sacrificio: el verdadero Cordero de Pascua que se iba a ofrecer por los pecados del mundo.