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DURMIÉNDOSE EN EL MOMENTO EQUIVOCADO

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Velad y orad, para que no entréis en tentación; el espíritu a la verdad está dispuesto, pero la carne es débil. Mateo 26:41.

Jesús había advertido a Pedro, en el aposento alto, que negaría a su Maestro tres veces antes de que el gallo cantara en las horas tempranas de la mañana. Pedro había sacudido su cabeza en incredulidad, “¡Daré mi vida por tu causa!”, había prometido.

Ahora, mientras caminaban hacia las afueras de la ciudad, Jesús les habló de nuevo, declarando que todos sus discípulos se dispersarían aquella noche, y repitió su advertencia a Pedro. Esta vez, Pedro estaba aún más decidido que antes en su garantía de lealtad. “Señor, estoy listo para ir contigo a prisión y aun a la muerte”, aseguró.

El resto de los discípulos asintieron con sus cabezas, en confianza propia. Todos estaban tan seguros de que estarían con Jesús sin importar cuán difíciles se pusieran las cosas. Pero, Jesús lo sabía mejor que ellos. Todos estaban desprevenidos para la gran prueba.

Caminaron a través de las calles hacia la puerta oriental, y salieron de la ciudad hacia el Monte de los Olivos. Luego, tranquilamente pasaron las tiendas silenciosas de los peregrinos que habían llegado para la Pascua.

Con frecuencia, Jesús iba al jardín de Getsemaní para orar y meditar. Probablemente, también haya estado allí el martes y el miércoles a la noche de aquella semana. Para esta hora, mientras se acercaba al jardín, los discípulos notaron un repentino cambio en su Maestro. Se balanceaba hacia adelante y hacia atrás, como si fuera a caerse. Cada paso parecía llevar un gran esfuerzo. Se oían quejidos en voz alta, como si estuviera llevando una gran carga. Los discípulos tuvieron que sostenerlo dos veces, o habría caído al suelo.

Pero Jesús no estaba enfermo; estaba cansado. Sabía que había llegado la hora en que tendría que hacerse cargo de toda la culpa de cada ser humano que alguna vez haya pecado o fuera a pecar. Sabiendo cuán abominable es el pecado para su Padre, el pensamiento de cargar toda esa culpa lo estaba aplastando. Esta situación podría separarlo de su Padre para siempre.

Justo cuando Jesús más los necesitaba, los discípulos estaban extrañamente somnolientos. Estaban tan seguros de que permanecerían con Jesús; pero en la crisis se durmieron. No pudieron quedar despiertos siquiera una hora, para orar con el Señor.

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