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Los soldados asignados para custodiar a Pedro se mantenían alerta, con ojos de águila. Si el prisionero escapaba, tendrían que pagar con sus propias vidas Pedro estaba encerrado de forma segura en una celda que estaba labrada en una roca, y de la cual no había manera humana de escapar. Pero Dios iba a mostrar a Herodes, y a los judíos, algunos trucos celestiales de escape.
Aquella noche, antes del programa de ejecución, un poderoso ángel corrió todo el camino descendente desde el cielo hasta la celda de Pedro, Silenciosamente, los cerrojos y las barras se destrabaron, y las puertas se abrieron como si fueran manejadas por un rayo eléctrico. Deslizándose discretamente adentro de la celda, la gloria brillante del ángel inundó el lugar, como las luces de las cámaras en una filmación nocturna de una película. Pero, Pedro estaba tan profundamente dormido que no se despertó hasta que el ángel le dio un golpecito en un costado y le dijo: “¡Levántate rápido!”
Pedro Se sentó y se frotó los ojos. ¿Esto era cierto o estaba Soñando? Como un juguete mecánico a cuerda, se puso de pie, dándose cuenta de que las cadenas habían caído de sus muñecas sin hacer el más mínimo sonido.
“Abróchate el cinturón y ponte las sandalias”, le ordenó el ángel Pedro obedeció; pero nunca quitó los ojos del ser brillante que estaba parado frente a él.
“Ahora, ponte la túnica y sígueme”.
Usualmente, Pedro era de hablar mucho, pero esta vez estaba tan gratamente desconcertado que ni siquiera abrió su boca. Esquivando la guardia, alcanzaron la pesada puerta trancada, que se abrió automáticamente y se cerró silenciosamente tras ellos. Tanto los guardias de afuera como los de adentro permanecieron inmóviles, como si estuvieran congelados en sus puestos.
Abajo, en el corredor, se abrió otra puerta, como la primera, sin crujir alguno de bisagras o de barras de hierro que hicieran ruido; se cerró detrás de ellos sin producir sonido. Pasando por la tercera puerta, el ángel condujo a Pedro a una parte de la ciudad que le era familiar.
De pronto, la luz se desvaneció; el ángel se había ido. Le llevó un poco de tiempo a Pedro ajustar sus ojos a la oscuridad de la calle. Con la brisa fría soplando en su rostro, se dio cuenta de que no había sido un sueño. ¡Estaba realmente libre!