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Pedro sabía que se estaba celebrando una reunión de oración por él en la casa de María. Esta María era la madre de Juan Marcos, y pariente cercano de Bernabé. Pero cuando Pedro llamó a la puerta, no pudo entrar inmediatamente. Se envió a Rode, una criada joven, para que abriera la puerta. “¿Quién es?”, preguntó con prudencia.
“Soy yo, ¡Pedro!” Rode estaba tan emocionada que se olvidó de abrir la puerta, y corrió de regreso a la casa con la emocionante noticia. Los creyentes pensaron que estaba Oyendo cosas.
“Pero es Pedro realmente”, gritó Rode. “No puede ser”, dijeron rotundamente.
Ellos habían estado orando todo el tiempo para que Dios hiciera algo, y ahora dejaban a Pedro afuera, golpeando nuevamente a la puerta. Finalmente, el llamado fue tan persistente que tuvieron que descubrir por sí mismos quién estaba allí. ¡Y era Pedro!
¿Cómo llegaste hasta aquí? ¿Qué pasó? ¿Cuándo?
Todos estaban haciéndole preguntas a la vez, pero Pedro los tranquilizó y les indicó que se reunieran, mientras que rápidamente les contó de su escape con el ángel. No podía quedarse mucho tiempo, porque realmente se complicarían las cosas en la prisión cuando los guardias se despertaran y descubrieran que no estaba. Después de compartir su fascinante historia, Pedro dejó la ciudad y no dijo a nadie dónde estaba yendo.
Por la mañana, una gran multitud se reunió para la ejecución. Pero cuando Herodes ordenó que el prisionero fuera traído, los soldados solo encontraron una celda vacía y a dos guardias aterrorizados de pie, con las cadenas rotas de Pedro colgando de sus muñecas. Herodes estaba furioso. En su frustración y rabia, ordenó que se matara a los guardias.
Pero, finalmente, Herodes había llegado demasiado lejos. No mucho después de esto fue a Cesarea, para presumir en un gran festival que dio en su propio honor. Estando de pie ante la gente, vestido con ropas costosas de oro y plata, deslumbraba los ojos y estremecía los oídos de todos con su suave discurso.
“¡Es un dios!”, gritaron. Lleno de orgullo, Herodes aceptó la falsa afirmación. De pronto dejó de sonreír, y una apariencia desagradable vino sobre su rostro mientras el mismo ángel que había rescatado a Pedro lo hirió.
El rey malvado murió en una terrible agonía.