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Era hora de que Saulo se lanzara de lleno a la misión especial que Dios le había confiado cuando se convirtió. Un día, mientras estaba por encontrarse con algunos de los profetas y los maestros en la iglesia de Antioquía, el Espíritu Santo pronunció la palabra final: “Apartadme a Bernabé y a Saulo para la obra a la que los he llamado” (Hechos 13:2).
Los líderes de la iglesia se reunieron a su alrededor y colocaron sus manos sobre las cabezas de los dos hombres, a fin de ordenarlos para el ministerio. Su tiempo de prueba había acabado; ahora serían enviados oficialmente, como misioneros. Desde aquel entonces la obra de Saulo fue ampliada hasta incluir a todos los gentiles, y su nombre fue cambiado por el de Pablo.
Abordando un barco que estaba navegando hacia Chipre, Pablo y Bernabé comenzaron su primer viaje misionero. Juan Marcos, el primo de Bernabé, los acompañó como ayudante.
Después de detenerse en Salamina, viajaron a Pafos, en el extremo oeste de la isla. Allí, se encontraron con problemas de inmediato. Sergio Paulo, el gobernador del área, había oído sobre la predicación de Pablo y de Bernabé, y sabiamente quiso escucharlos por sí mismo.
Allí había un falso profeta y hechicero llamado Barjesús, a quien Satanás usó para tratar de impedir que este alto oficial oyera sobre el evangelio.
Algunas personas tienen la idea de que el Espíritu Santo nunca habla palabras severas; pero eso no es así. Pablo miró a Barjesús, llamado Elimas, directo a los ojos y emitió una seria condenación, bajo la inspiración del Espíritu.
“Tú, hijo del diablo, enemigo del ajusticia, lleno de toda clase de engaños solapados y malas obras, ¿no dejarás de pervertir los caminos rectos del Señor?”
Como Elimas cerró sus ojos a la verdad y quiso mantener al Gobernador en la oscuridad junto con él, Pablo le anunció exactamente lo que ocurriría, “La mano del Señor está contra ti. Serás ciego, y no serás capaz de ver el sol por algún tiempo”.
Seguidamente, los ojos de Elimas se nublaron y se volvió ciego. Era vergonzoso tener que pedir a alguien que lo condujera, por todos lados, pero tenía que hacerlo. Sergio Paulo quedó tan impresionado por el milagro que escuchó el evangelio y se convirtió al Señor.