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La esencia de la victoria

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«Por esto mismo, poned toda diligencia en añadir a vuestra fe virtud, a la virtud, conocimiento; al conocimiento, dominio propio; al dominio propio, paciencia; a la paciencia, piedad...». 2 Pedro 1: 5, 6

LA VICTORIA EN CRISTO

EN ESTAS PALABRAS el apóstol presenta a los creyentes la escalera del progreso cristiano, en la cual cada peldaño representa un avance en el conocimiento de Dios, y en cuya ascensión no debe haber detenciones. Fe, virtud, conocimiento, dominio propio, paciencia, piedad, afecto fraternal y amor [ver 2 Ped. 1:5-7] representan los peldaños de la escalera. Somos salvados a medida que ascendemos escalón tras escalón, avanzando paso traspaso hasta el más elevado ideal que Cristo tiene para nosotros. De esta manera, Cristo es para nosotros sabiduría y justificación, santificación y redención.

Dios nos llama a alcanzar gloria y virtud, y estas cualidades se manifestarán en la vida de todos los que tengan una relación estrecha con el Salvador. Se nos ha permitido participar del don celestial, por lo tanto hemos de procurar la perfección, siendo «guardados por el poder de Dios, mediante la fe» (1 Ped. 1:5). La gloria de Dios consiste en otorgar su poder a sus hijos. Desea verlos alcanzar la más elevada norma: y así ser hechos perfectos en él cuando por fe hagan suyo el poder de Cristo, cuando recurran a sus infalibles promesas reclamando su cumplimiento, cuando con una importunidad que no admita rechazo, busquen el poder del Espíritu Santo [ver Luc. 18: 1-7].

Una vez recibida la fe del evangelio, la siguiente tarea del creyente es añadir virtud a su carácter y así limpiar su corazón y preparar su mente para recibir el conocimiento de Dios. Este conocimiento es la base de toda verdadera educación y de todo verdadero servicio. Es la única salvaguardia real contra la tentación; y solo dicho conocimiento puede hacernos semejantes a Dios en carácter. Por medio del conocimiento de Dios y de su Hijo Jesucristo, recibimos «todas las cosas que pertenecen a la vida y a la piedad» 2 Ped. 1: 3). Ningún buen don se niega al que sinceramente desea obtener la justicia de Dios. [...]

A nadie se le impide alcanzar, en su esfera, la perfección de un carácter cristiano. El sacrificio de Cristo ha hecho posible que todos los creyentes recibamos «todas las cosas que pertenecen a la vida y a la piedad» (2 Ped. 1: 3).Los hechos de los apóstoles, cap. 52, pp. 394-395.

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