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Puestos a prueba

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«Pero del árbol del conocimiento del bien y del mal no comerás, porque el día que de él comas, ciertamente morirás». Génesis 2: 17

LA LEY Y EL SÁBADO

LA LEY DE DIOS es tan santa como él mismo. Es la revelación de su voluntad, el reflejo de su carácter, y la expresión de su amor y sabiduría. La armonía de la creación depende del perfecto acuerdo de todos los seres y las cosas, animadas e inanimadas, con la ley del Creador. Dios no solo ha establecido leyes para el gobierno de los seres vivos, sino también para todas las operaciones de la naturaleza. [...] Al ser humano, obra maestra de la creación, Dios le dio la capacidad de comprender sus requerimientos, para que reconociera la justicia y la benevolencia de su ley y su sagrado derecho sobre él; y se le exige una respuesta obediente.

Al igual que los ángeles, los moradores del Edén habían de ser probados. Únicamente podían conservar su feliz estado si eran fieles a la ley del Creador. Podían obedecer y vivir, o desobedecer y perecer. Dios los había colmado de ricas bendiciones; pero si ellos menospreciaban su voluntad, Aquel que no perdonó a los ángeles que pecaron no los perdonaría a ellos tampoco: la transgresión los privaría de todos sus dones, y les acarrearía desgracia y ruina.

Los ángeles amonestaron a Adán y a Eva a que estuvieran en guardia contra las artimañas de Satanás, porque sus esfuerzos por tenderles una trampa serían constantes. Mientras fueran obedientes a Dios, el maligno no podría perjudicarlos, pues, si fuera necesario, todos los ángeles del cielo serían enviados en su ayuda. Si ellos rechazaban firmemente sus primeras insinuaciones, estarían tan seguros como los mismos mensajeros celestiales. Pero si cedían a la tentación, su naturaleza se depravaría, y no tendrían en sí mismos poder ni disposición para resistir a Satanás.

El árbol del conocimiento del bien y del mal había sido puesto como una prueba de su obediencia y de su amor a Dios. El Señor había decidido imponerles una sola prohibición en cuanto al uso de lo que había en el huerto. Si menospreciaban su voluntad en este punto especial, se harían culpables de transgresión. Satanás no los seguiría continuamente con sus tentaciones; solo podría acercarse a ellos junto al árbol prohibido. Si ellos trataban de investigar la naturaleza de este árbol, quedarían expuestos a sus engaños. Se les aconsejó que prestaran atención cuidadosa a la amonestación que Dios les había enviado, y que se conformaran con las instrucciones que él había tenido a bien darles.Patriarcas y profetas, cap. 3, pp. 32-33.

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