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VIDA CRISTIANA PRÁCTICA
¡CUÁNTO DINERO malgastamos en cosas inútiles para la casa, en ropas cargadas de adornos, en caramelos y otras cosas que no necesitamos! Padres, enseñen a sus hijos que es malo emplear el dinero de Dios para la satisfacción propia [...]. Motívenlos a ahorrar sus centavos siempre que puedan, para dedicarlos a la obra misionera. Al practicar la abnegación adquirirán una rica experiencia y estas lecciones evitarán muchas veces que cultiven hábitos de intemperancia.
Los niños pueden aprender a manifestar su amor por Cristo negándose bagatelas inútiles, en cuya compra se les va mucho dinero. En cada hogar debería enseñarse esto. Ello requiere tacto y método, pero resultará en la mejor educación que los niños puedan recibir. Si todos los niños presentaran sus ofrendas al Señor, sus donativos serían como los arroyos que, al fluir unidos, forman un río.
Se puede tener una pequeña alcancía sobre la chimenea o en algún lugar seguro donde se la pueda ver, para que los niños coloquen en ella Sus ofrendas para el Señor [...]. Así se los puede educar para Dios.
El Señor no solamente pide el diezmo como suyo, sino que nos indica cómo debemos reservarlo para él. Dice: «Honra a Jehová con tus bienes y con las primicias de todos tus frutos» (Prov. 3: 9). Esto no enseña que hemos de gastar nuestros recursos para nosotros mismos y llevar el resto al Señor, aun cuando fuera por lo demás un diezmo honrado. Aparten en primer lugar la porción de Dios. Las instrucciones dadas por el Espíritu Santo mediante el apóstol Pablo acerca de los donativos establecen un principio que se aplica también al diezmo: «El primer día de la semana, cada uno de ustedes aparte y guarde algún dinero conforme a sus ingresos» (1 Cor. 16:2, NVI). Esta recomendación abarca a padres e hijos. [...]
El mejor legado que los padres pueden dejar a sus hijos es un conocimiento del trabajo útil y el ejemplo de una vida caracterizada por la benevolencia desinteresada. Por una vida tal demuestran el verdadero valor del dinero, que debe ser valorado únicamente por el bien que realizará al aliviar las necesidades propias y ajenas y al adelantar la causa de Dios.El hogar cristiano, cap. 63, pp. 369-370.
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