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Dios está hablando

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«Quédense quietos, reconozcan que yo soy Dios». Salmo 46: 10, NVI

VIDA CRISTIANA PRÁCTICA

JESÚS RECIBIÓ SABIDURÍA y poder durante su vida terrenal en las horas de oración solitaria. Sigan los jóvenes su ejemplo y busquen a la hora del amanecer y del crepúsculo un momento de quietud para tener comunión con su Padre celestial. Y durante el día eleven su corazón a Dios. A cada paso que damos en nuestro camino, nos dice: «Porque yo Jehová soy tu Dios, quien te sostiene de tu mano derecha y te dice: “No temas, yo te ayudo"» (Isa.41:13). Si nuestros hijos pudieran aprender estas lecciones en el amanecer de su vida, ¡qué frescura y poder, qué gozo y dulzura se manifestaría en su existencia!

Todas estas lecciones puede enseñarlas solo el que las ha aprendido. La enseñanza de la Escritura no tiene mayor efecto sobre los jóvenes porque muchos padres y maestros que profesan creer en la Palabra de Dios niegan el poder de ella en sus vidas. A veces los jóvenes experimentan el poder de la Palabra, perciben los encantos del amor de Cristo, ven la belleza del carácter de Cristo y les atraen las posibilidades de una vida dedicada al servicio del Maestro. Pero al mismo tiempo se dan cuenta del contraste que supone la vida de los que profesan amarlos preceptos divinos. A cuántos se aplican las palabras que fueron dichas al profeta Ezequiel:

«Los de tu pueblo hablan de ti junto a los muros y en las puertas de las casas, y se dicen unos a otros: “Vamos a escuchar el mensaje que nos envía el Señor”. Y se te acercan en masa, y se sientan delante de ti y escuchan tus palabras, pero luego no las practican. Me halagan de labios para afuera, pero después solo buscan las ganancias injustas. En realidad, tú eres para ellos tan solo alguien que entona canciones de amor con una voz hermosa, y que toca bien un instrumento; oyen tus palabras, pero no las ponen en práctica» (Eze.33:30-32, NVI).

Una cosa es tratar la Biblia como un manual de instrucción moral, y prestarle atención mientras esté de acuerdo con el espíritu de la época y nuestra situación en el mundo; pero otra cosa es considerarla como lo que en realidad es: la Palabra del Dios Viviente, la Palabra que es nuestra vida, la Palabra que ha de moldear nuestras acciones, nuestros dichos y nuestros pensamientos. Concebir la Palabra de Dios como algo inferior a esto, es rechazarla. Y este rechazo de parte de los que profesan creer en ella es una de las principales causas del escepticismo y la incredulidad de los jóvenes. [...]

Muchos, aun en sus momentos de devoción, no reciben la bendición de la verdadera comunión con Dios. Están demasiado apurados. Con pasos presurosos penetran en la amorosa presencia de Cristo y se detienen tal vez un momento dentro de ese recinto sagrado, pero no esperan su consejo. No tienen tiempo para permanecer con el divino Maestro.La educación, cap. 30, pp. 233-235.

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