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La capacidad de pensar y actuar

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«¡La sabiduría vale más que las piedras preciosas!». Job 28: 18

VIDA CRISTIANA PRÁCTICA

LAS SAGRADAS ESCRITURAS son la norma perfecta de la verdad y, como tales, se les debería dar el primer lugar en la educación. Para obtener una educación digna de tal nombre, debemos recibir un conocimiento de Dios, el Creador, y de Cristo, el Redentor, según están revelados en su Palabra.

Todo ser humano, creado a la imagen de Dios, está dotado de una facultad semejante a la del Creador: la individualidad, la facultad de pensar y hacer. La gente en quien se desarrolla esta facultad es la que lleva responsabilidades, la que dirige empresas, la que influye sobre los demás. La obra de la verdadera educación consiste en desarrollar esta facultad, en educar a los jóvenes para que sean pensadores, y no meros reflectores de los pensamientos de otros. En vez de restringir su estudio a lo que otros han dicho o escrito, los estudiantes tienen que ser dirigidos a las fuentes de la verdad, a los vastos campos abiertos a la investigación en la naturaleza y en la revelación.

Al contemplar las grandes realidades del deber y del destino, la mente se expandirá y se robustecerá. En vez de jóvenes educados, pero inseguros, las instituciones del saber deben producir jóvenes fuertes de ideas y de acción, jóvenes dueños de sí mismos y no esclavos de las circunstancias, jóvenes que posean amplitud de mente, claridad de pensamiento y valor para defender sus convicciones.

Semejante educación provee algo más que disciplina mental; proporciona algo más que preparación física. Fortalece el carácter, de modo que no se sacrifiquen la verdad y la justicia al deseo egoísta o a la ambición mundana. Fortalece la mente para su lucha contra el mal. En lugar de que algún vicio dominante llegue a ser un poder destructor, se amoldan cada motivo y deseo a los grandes principios de la justicia. Al espaciarse en la perfección del carácter de Dios, la mente se renueva y el alma vuelve a crearse a su imagen.

El ideal que Dios tiene para sus hijos está por encima del alcance del más elevado pensamiento humano. La meta que hemos de alcanzar es la piedad, la semejanza a Dios. Ante el estudiante se abre un camino de progreso continuo. Tiene que alcanzar un objetivo, lograr una norma que incluye todo lo bueno, lo puro y lo noble. Progresará tan rápidamente e irá tan lejos como le sea posible en todos los aspectos del verdadero conocimiento. Pero, así como son más altos los cielos que la tierra, sus esfuerzos se encauzarán hacia fines mucho más elevados que el mero egoísmo y los intereses temporales.La educación, cap. 1, pp. 16-17.

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