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La red del evangelio

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«Asimismo el reino de los cielos es semejante a una red que, echada al mar, recoge toda clase de peces». Mateo 13: 47

UNA IGLESIA UNIDA

«ASIMISMO EL REINO de los cielos es semejante a una red que, echada al mar, recoge toda clase de peces. Cuando está llena, la sacan a la orilla, se sientan y recogen lo bueno en cestas y echan fuera lo malo. Así será al fin del mundo: saldrán los ángeles y apartarán a los malos de entre los justos, y los echarán en el horno de fuego; allí será el loro y el crujir de dientes» (Mateo 13:47-50).

El echar la red es la predicación del evangelio. Esto reúne en la iglesia tanto a buenos como a malos. Cuando se complete la misión del evangelio, el juicio realizará la obra de separación. Cristo vio cómo la existencia de los falsos hermanos en la iglesia haría que se hablara mal del camino de la verdad. El mundo injuriaría el evangelio a causa de las vidas inconsecuentes de los falsos cristianos. Esto haría que hasta los mismos creyentes tropezaran al ver que muchos que llevaban el nombre de Cristo no eran dirigidos por su Espíritu. A causa de que estos pecadores habían de estar en la iglesia, los seres humanos correrían el riesgo de pensar que Dios disculpaba sus pecados. Por lo tanto, Cristo levanta el velo del futuro, y permite que todos contemplen que es el carácter, y no la posición, lo que decide el destino de la humanidad.

Tanto la parábola de la cizaña como la de la red enseñan claramente que no hay un tiempo en el cual todos los malos se volverán a Dios. El trigo y la cizaña crecen juntos hasta la cosecha. Los buenos y los malos peces son llevados juntamente a la orilla para efectuar una separación final.

Además, estas parábolas enseñan que no habrá más tiempo de gracia después del juicio. Una vez concluida la obra del evangelio, sigue inmediatamente la separación de los buenos y los malos, y el destino de cada clase de personas queda fijado para siempre.

Dios no desea la destrucción de nadie. «Tan cierto como que yo vivo -afirma el Señor omnipotente-, que no me alegro con la muerte del malvado, sino con que se convierta de su mala conducta y viva. ¡Conviértete, pueblo de Israel; conviértete de tu conducta perversa! ¿Por qué habrás de morir?» (Eze.33: 11, NVI). Durante el tiempo de gracia, su Espíritu está induciendo a los hombres a que acepten el don de vida. Son únicamente aquellos que rechazan sus ruegos los que serán dejados para perecer. Dios ha declarado que el pecado debe ser destruido por ser un mal ruinoso para el universo. Los que se adhieren al pecado perecerán cuando este sea destruido.Palabras de vida del gran Maestro, cap. 10, pp. 93-94.

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