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La gracia de Dios en nosotros

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«Sométanse, pues, a Dios. Resistan al diablo, y este huirá de ustedes». Santiago 4: 7, DIDH

EL GRAN CONFLICTO

LA GRACIA QUE CRISTO derrama en el alma es la que crea en el ser humano enemistad contra Satanás. Sin esta gracia transformadora y este poder renovador, la humanidad seguiría siendo esclava de Satanás, siempre lista para ejecutar sus órdenes. Pero el nuevo principio introducido en el alma crea un conflicto allí donde hasta entonces reinó la paz. El poder que Cristo comunica habilita al ser humano para resistir al tirano y usurpador. Cualquiera que aborrezca el pecado en vez de amarlo, que resista y venza las pasiones que hayan reinado en su corazón, prueba que en él obra un principio que viene enteramente de lo alto.

El antagonismo que existe entre el espíritu de Cristo y el espíritu de Satanás se hizo particularmente manifiesto en la forma en que el mundo recibió a Jesús. No fue tanto porque apareció desprovisto de riquezas de este mundo, de pompa y de grandeza, por lo que los judíos lo rechazaron. Vieron que poseía un poder más que capaz de compensar la falta de aquellas ventajas exteriores. Pero la pureza y santidad de Cristo atrajeron sobre él el odio de los impíos. Su vida de abnegación y de devoción sin pecado era una continua reprensión para aquel pueblo orgulloso. Eso fue lo que despertó enemistad contra el Hijo de Dios. Satanás y sus ángeles malvados se unieron con los impíos. Todos los poderes de la apostasía conspiraron contra el Defensor de la verdad.

La misma enemistad que se manifestó contra el Maestro, se manifiesta contra los discípulos de Cristo. Cualquiera que se dé cuenta del carácter repulsivo del pecado y que con el poder de lo alto resista a la tentación, despertará seguramente la ira de Satanás y de sus súbditos. El odio a los principios puros de la verdad, las acusaciones y persecuciones contra sus defensores, existirán mientras existan el pecado y los pecadores. Los discípulos de Cristo y los siervos de Satanás no pueden congeniar. El oprobio de la cruz no ha desaparecido. «Todos los que quieren vivir piadosamente en Cristo Jesús, padecerán persecución» (2 Timoteo 3: 12). [...]

Así como Satanás trató de acusar a Dios, sus agentes tratan de denigrar al pueblo de Dios. El espíritu que indujo el maltrato y crucifixión de Cristo mueve a los malos a destruir a los justos. Pero ya lo había predicho la primera profecía: «Pondré enemistad entre ti y la mujer, y entre tu simiente y la simiente suya» (Gén. 3: 15). Y así acontecerá hasta el fin de los tiempos.El conflicto de los siglos, cap. 31, pp. 496-497.

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