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La verdad conquistará el mundo

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«Padre, así como tú estás en mí y yo en ti, permite que ellos también estén en nosotros, para que el mundo crea que tú me has enviado». Juan 17: 21, NVI

EL GRAN CONFLICTO

DESPUÉS DEL DESCENSO del Espíritu Santo, los discípulos estaban tan llenos de amor por Cristo y por aquellos por quienes él murió, que los corazones se conmovían por las palabras que hablaban y las oraciones que ofrecían. Hablaban con el poder del Espíritu; y bajo la influencia de ese poder miles se convirtieron.

Como representantes de Cristo, los apóstoles causarían una impresión definida en el mundo. El hecho de que eran hombres humildes no disminuiría su influencia, sino que la aumentaría; porque las mentes de sus oyentes se dirigirían de ellos al Salvador, que, aunque invisible, seguía trabajando todavía con ellos. La maravillosa enseñanza de los apóstoles, sus palabras de valor y confianza, darían a todos la seguridad de que no obraban ellos por su propio poder, sino por el poder de Cristo. Al humillarse a sí mismos, declararían que Aquel a quien los judíos habían crucificado era el Príncipe de la vida, el Hijo del Dios vivo, y que en su nombre hacían las obras que él había hecho.

En la conversación de despedida con sus discípulos la noche antes de la crucifixión, el Salvador no se refirió a los sufrimientos que había soportado y que aún debía soportar. No habló de la humillación que tenía por delante, sino que trató de llamar su atención a aquello que fortalecería la fe de ellos, induciéndolos a mirar hacia adelante, a la recompensa que aguarda al vencedor. Se regocijaba en saber que podría hacer más por sus seguidores de lo que había prometido y de que lo haría; que de él fluirían amor y compasión que limpiarían el templo del alma y harían a los hombres semejantes a él en carácter; que su verdad, provista del poder del Espíritu, saldría venciendo y para vencer.

«Yo les he dicho estas cosas para que en mí hallen paz. En este mundo afrontarán aflicciones, pero ¡anímense! Yo he vencido al mundo» (Juan 16:33, NVI). Cristo no fracasó, ni se desalentó; y los discípulos debían manifestar una fe igualmente constante. Debían trabajar como él había trabajado, dependiendo de él como fuente de poder. Aunque su camino iba a ser obstruido por imposibilidades aparentes, por su gracia habrían de avanzar, sin desesperar de nada y esperándolo todo.Los hechos de los apóstoles, cap. 2, pp. 18-19.

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