Regresar

La resurrección especial de los perdidos

Play/Pause Stop
«De ahora en adelante verán ustedes al Hijo del hombre sentado a la derecha del Todopoderoso, y viniendo en las nubes del cielo». Mateo 26: 64, NVI

DE VUELTA AL HOGAR

CONOCEN ESA VOZ que penetra hasta el oído de los muertos. ¡Cuántas veces sus tiernas súplicas no los llamó al arrepentimiento! ¡Cuántas veces no fue oída en las conmovedoras exhortaciones de un amigo, de un hermano, de su Redentor! Para los que rechazaron su gracia, ninguna otra podría estar tan llena de condenación ni tan cargada de acusaciones, como esta voz que tan a menudo exhortó con estas palabras: «¡Conviértete, pueblo de Israel; conviértete de tu conducta perversa! ¿Por qué habrás de morir?» (Eze.33: 11, NVI). ¡Oh, si solo fuera para ellos la voz de un extraño! Jesús dice: «Como ustedes no me atendieron cuando los llamé, ni me hicieron caso cuando les tendí la mano, sino que rechazaron todos mis consejos y no acataron mis reprensiones» (Prov. 1:24-25, NVI). Esa voz despierta recuerdos que ellos quisieran borrar, de avisos despreciados, invitaciones rechazadas, privilegios desdeñados.

Allí están los que se mofaron de Cristo en su humillación. Con fuerza penetrante acuden a su mente las palabras del Varón de dolores, cuando, conjurado por el sumo sacerdote, declaró solemnemente: «De ahora en adelante verán ustedes al Hijo del hombre sentado a la derecha del Todopoderoso, y viniendo en las nubes del cielo» (Mat. 26:64, NVI). Ahora lo ven en su gloria, y deben verlo aún sentado a la diestra del poder divino.

Los que pusieron en ridículo su afirmación de ser el Hijo de Dios enmudecen ahora. Allí está el arrogante Herodes que se burló de su título real y mandó a los soldados escarnecedores que lo coronaran. Allí están los hombres mismos que con manos impías pusieron sobre su cuerpo el manto de grana, sobre sus sagradas sienes la corona de espinas y en su dócil mano un cetro burlesco, y se inclinaron ante él con burlas de blasfemia. Los que golpearon y escupieron al Príncipe de la vida, tratan de evitar ahora su mirada penetrante y de huir de la gloria abrumadora de su presencia. Los que atravesaron con clavos sus manos y sus pies, los soldados que le abrieron el costado, consideran esas señales con terror y remordimiento.

Los sacerdotes y los escribas recuerdan los acontecimientos del Calvario con claridad aterradora. Llenos de horror recuerdan cómo, moviendo sus cabezas con arrebato satánico, exclamaron: «A otros salvó, pero a sí mismo no se puede salvar. Si es el Rey de Israel, que descienda ahora de la cruz, y creeremos en él. Confió en Dios; líbrelo ahora si lo quiere» (Mat. 27: 42-43).El conflicto de los siglos, cap. 41, pp. 625-626.

Matutina para Android


Envía tus saludos a:
adultos@appdevocionmatutina.com