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Un tesoro entre ruinas

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"Tu eterna palabra, oh Señor, se mantiene firme en el cielo" (Salmos 119: 89, NTV).

Sabía lo que buscaba, y estaba seguro de que había más de lo que le habían mostrado hacía quince años. En su primer viaje, en 1844, al monasterio de Santa Catalina, al pie del monte Sinaí, en Egipto, Konstantin von Tischendorf había encontrado 43 hojas de pergamino que contenían partes de Jeremías, Nehemías, Crónicas y Ester. Las había hallado en un canasto, con otras secciones de manuscritos a punto de ser quemadas como basura en los hornos del monasterio.

Regresó en 1853, pero no logró recuperar más que dos fragmentos del libro de Génesis. Auspiciado por el zar de Rusia, Alejandro I, Konstantin volvió en 1859. Llegó allí el 14 de enero, pero no pudo encontrar nada, El 4 de febrero, el día antes de partir a El Cairo en camello, mostró al encargado del monasterio una copia de la edición de la Septuaginta que él mismo había publicado recientemente en Leipzig. En respuesta, el encargado afirmó que él también tenía una copia de la Septuaginta, y extrajo del armario de su claustro un manuscrito envuelto en género rojo. Era el Códice Sinaítico.

El Códice Sinaítico, o Codex Sinaiticus, es un manuscrito uncial del siglo IV de la versión en griego de la Biblia. Originalmente, contenía todo el Antiguo Testamento en griego (la Septuaginta), pero la versión que hoy tenemos solo contiene parte de la Septuaginta, todo el Nuevo Testamento en griego, la Epístola de Bernabé y fragmentos de El Pastor de Hermas. Junto con el Codex Alexandrinus y el Codex Vaticanus, el Codex Sinaiticus es uno de los manuscritos de mayor valor para la crítica textual del Nuevo Testamento en su versión griega, al igual que la Septuaginta.

En una época en que el luminismo, el humanismo y la modernidad atacaban la Biblia desde lo secular y la alta crítica desde el cristianismo mismo, este descubrimiento verificó la confiabilidad del texto bíblico. Realmente, no existe otro documento escrito que haya sido reproducido tantas veces y con una fidelidad incomparable. Dios preservó milagrosamente su Palabra a través de los siglos, para poder seguir hablando al corazón y a la conciencia de la humanidad. El mismo Espíritu Santo que se reveló a los profetas y los inspiró al escribir la Biblia sigue tocando las conciencias y dirigiéndolos a esa misma Palabra. Ilumina la mente del lector para que consiga comprender claramente cuál es la voluntad de Dios para su vida.

Pero, todo ese esfuerzo es en vano si no decides leerla personalmente y aplicarla en tu propia vida. No olvides que no es suficiente con leer lo que otros dicen acerca de la Biblia (como es el caso de esta meditación); tú mismo debes leerla. No salgas hoy al fragor de la lucha sin haber llenado tu corazón de las promesas divinas. MB

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