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Mi abuela falleció a los 82 años, en 2007. Luego de múltiples tratamientos por sus problemas cardíacos y de salvar milagrosamente su vida tras varios infartos, descansó en el Señor debido a un fulminante cáncer estomacal, que consumió su vida en dos meses. Era una persona sana, activa, alegre, espiritual… Y forma parte de la interminable lista de quienes, incomprensible y rápidamente, la muerte arrebata por esta enfermedad.
La Unión Internacional contra el Cáncer designó el 15 de febrero como el Día Internacional de Lucha Contra el Cáncer Infantil. Entristece que alguien longevo pierda su vida en las garras del cáncer, pero más aún si es un niño. ¿Por qué un inocente infante tiene que atravesar algo así? Nos llena de indignación, de impotencia y de resignación (tal vez, en ese orden). ¿Por qué Dios permite semejantes cosas? ¿Dónde está el amante Creador cuando un niño muere? ¿Por qué gente buena sufre? Merecemos respuestas; y apenas vislumbramos un posible alivio ante tamaña desesperación.
Asomados levemente a la ventana del gran conflicto entre el bien y el mal (cuyo campo de batalla son este mundo y nuestros corazones), podemos percibir un rayo de consuelo:
Aunque transitemos este valle de sombra de muerte, hoy puede ser un día histórico. Alza la vista. Renueva la esperanza. Confía en Dios, aunque no lo entiendas todo.
"Es deber de toda persona que profesa ser cristiana mantener sus pensamientos bajo el control de la razón, y obligarse a ser animosa y feliz. No importa cuán amarga pueda ser la causa de su pena, debería cultivar un espíritu de reposo y quietud en Dios" (Elena de White, Alza tus ojos, p. 100). PA