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Un baño de sangre en el estrecho de los Dardanelos

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"Dijo, pues, Jonatán a su paje de armas: Ven, pasemos a la guarnición de estos incircuncisos, quizá haga algo Jehová por nosotros, pues no es difícil para Jehová salvar con muchos o con pocos" (1 Samuel 14:6).

El fresco aire del mar de Mármara llenó mis pulmones aquella noche de febrero. Me encontraba en la ciudad turca de Çanakkale, y acabábamos de visitar las ruinas de la antigua Troya.

De repente, un inmenso cañón quebró la tranquilidad de aquella avenida de la metrópolis. Era un artefacto de la Primera Guerra Mundial, utilizado en la batalla de Galípoli (también llamada batalla de los Dardanelos). Días más tarde, recorriendo el mausoleo de Mustafá Kemal Atatürk, en la ciudad de Ankara, la guía nos detalló con precisión lo ocurrido en aquella contienda bélica.

La batalla enfrentó a las tropas de Francia, de Australia, de Nueva Zelanda y del imperio Británico con las del Imperio Otomano y de Alemania. Comenzó el 19 de febrero de 1915 y culminó el 9 de enero del año siguiente. Fue una lucha larga y sangrienta, con casi 300 mil bajas para los primeros (de las cuales, 100 mil fueron muertos), y 250 mil para los segundos (de los cuales 60 mil fueron muertos).

Contra todos los pronósticos y las suposiciones, la victoria otomana fue rotunda (más allá de que luego perderían el imperio), y el general Mustafá Kemal (más tarde conocido como Atatürk) no solo desempeñó un papel fundamental en esta batalla; también capitalizó su prestigio y coraje para fundar la República de Turquía, en 1923, y ser su primer presidente. Hoy, es un héroe nacional.

Más allá de los bandos y las posiciones políticas, y de lo terriblemente cruel que es una guerra, rescato el hecho de vencer cuando todo parece perdido y las fuerzas son débiles. Inmensa fue también la bravura de Jonatán, al atacar al ejército filisteo y obtener un triunfo impensado, como el que se relata en 1 Samuel 14.

Hoy puede ser un día histórico. Ese vicio arraigado puede ser derrotado. Esa música no adecuada puede ser dejada de escuchar. Ese carácter iracundo puede ser calmado, y rebosar de mansedumbre. La batalla puede ser dura, pero la victoria es posible con Jesús.

"Mediante la gracia de Cristo podrán obtener la victoria sobre ustedes mismos y sobre vuestro egoísmo. Si viven la vida de Cristo, si a cada paso muestran autosacrificio, si constantemente manifiestan una simpatía siempre mayor para con quienes necesitan ayuda, obtendrán victoria tras victoria. Día tras día aprenderán a dominarse y a fortalecer los puntos débiles de sus caracteres. El Señor Jesús será vuestra luz, vuestra fuerza, vuestra corona de gozo, porque habrán sometido vuestra voluntad a la suya” (Elena de White, Consejos para la iglesia, p. 193). PA

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