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Oración de fe

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He oído tu oración y he visto tus lágrimas. Voy a curarte, 2 Reyes 20:5.

MI NIETO DE DIEZ MESES era la delicia de nuestra familia. Kenric Adam me seguía a todos lados. Parecía haber creado un lazo conmigo de genuino y duradero afecto. Sus ojos estaban llenos de vida y su sonrisa siempre reflejaba alegría y amor. ¡El solo verlo animaba mi corazón!

Cierta noche, la habitación estaba en silencio, salvo por el sonido del reloj. Unos minutos antes de la medianoche, mi nuera se levantó de repente y me sorprendí al ver que nuestro Kenric se convulsionaba. Ella gritó llamando a toda la familia. El cuerpo del niño temblaba debido a la fiebre y percibimos que era imperativo conseguirle atención médica.

Lo llevamos apresuradamente al hospital más cercano y esperamos toda la noche. Fue la primera crisis grave que nuestra familia había tenido que enfrentar. Nadie durmió. El miedo nos invadía. Oré en silencio para pedir un milagro.

El pediatra no pudo diagnosticar la causa de la fiebre y las convulsiones. Pasaron cuatro días. Cada noche, la fiebre empeoraba. Cada día era una pesadilla. Fue agonizante ver los ojos llenos de dolor de mi hijo y el rostro hinchado por el llanto de mi nuera.

El viernes en la noche la fiebre alcanzó los 42 grados. Al sentir el peligro, todos comenzamos a llorar. Sostuve al bebé en mis brazos y sumergí su cuerpo en agua helada. El doctor probó con distintos remedios, ¡todos en vano! Perdió las esperanzas y llevamos a Kenric a otro hospital. «Voy a perder a mi nieto», pensé. Mientras estaba en cuidados intensivos, coloqué al niño en manos de Dios y dije: «Ya no pido que lo cures, Señor. Solamente quiero que se haga tu voluntad en él». Aunque sabía que su vida corría un grave peligro, yo creía que Dios siempre decide lo mejor para quienes confían en él. Ningún problema es demasiado grande o pequeño para él. Sabía que Dios nos guiaba y apoyaba.

Al final, los doctores le diagnosticaron malaria cerebral. Pudieron administrar los medicamentos adecuados y Kenric respondió bien. La fiebre disminuyó y él mejoró. Dios manifestó su poder. Los doctores se asombraron ante su rápida recuperación. Hoy, Kenric Adam es un niño saludable, activo e inteligente. Ama mucho a Cristo y se sabe muchos versículos de memoria.

Gracias a Dios, que realiza maravillas en nuestras vidas. ¡Que hoy se cumpla su voluntad en tu vida!

Jean Sundaram

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