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LA IGLESIA DE MI PADRE estaba cerca de un barrio muy peligroso. Muchas veces nos ha dado miedo ir. Una tarde de domingo, cuando era hora de uno de los servicios regulares, me sentía mal. De hecho, no podía levantarme de la cama. Mi madre decidió quedarse conmigo, mi padre y mi hermano se fueron a la iglesia. Parecía que sería una tarde como cualquiera.
Para cuando mi padre y mi hermano debían estar de vuelta, una miembro de la iglesia nos llamó para preguntar si habían regresado a la casa. Estaba preocupada porque había escuchado el sonido de un tiroteo cerca de la iglesia. Nos preocupó muchísimo que alguna bala los hubiera alcanzado. Oramos para que los ángeles del Señor protegieran su automóvil.
¡Gracias a Dios, llegaron intactos! Sin embargo, el auto había recibido muchos disparos. Un grupo de ladrones quiso robarlo y apuntaron a uno de los neumáticos para obligar a mi padre a entregarlo. Eran tantos los agujeros de bala que no pudimos contarlos. Uno indicaba que alguien había apuntado a la cabeza de mi padre. ¿Adónde había llegado la bala? Sin duda, los ángeles los protegieron para que todas esas balas no atravesaran el coche. Dios salvó las vidas de mi padre y mi hermano.
De nuevo se había cumplido la promesa de Dios. «Él ordenará a sus ángeles protegerte en todas tus sendas» (Salmos 91: 11). Prometió protegernos todos los días de nuestras vidas. ¡Nunca nos abandona!
Alabamos con fervor al Señor por haber colocado su mano protectora sobre nuestra familia. A veces no vemos la mano de Dios tan clara como en esa experiencia, pero debemos recordar que él siempre cuida y salva a quienes lo aman. Nos enteraremos de muchas de esas experiencias de salvación hasta que hablemos con nuestro ángel guardián en el cielo.
¿Quieres agradecer a Dios porque te protege cuando vuelves a tu casa en paz y a salvo?
Greice Marques Fonseca