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LOS EMPLEOS DIFÍCILES exigen una personalidad férrea. Por ejemplo, trabajar con estudiantes especiales. En la escuela, esos niños tienen que ser tu único objeto de atención. Pero eso me fue casi imposible un jueves. La noche del miércoles me habían informado una opinión muy negativa de mí en la iglesia que afectaba, si no inhibía, mi ministerio. ¿Cómo era posible? Había hecho todo lo posible por ser la amorosa cristiana que Dios desea. El dolor casi era insoportable. Había considerado mi confidente a una de mis acusadoras. Durante el día, me costó mucho trabajo contener las lágrimas. Las maliciosas palabras se repetían una y otra vez en mi cabeza. Casi comencé a creerlas. Estaba deprimida.
Llegó la hora del recreo. Necesitaba aire fresco y soledad. Estaba sola, aunque no del todo. Tenía a mi cargo a un niño con autismo severo. Únicamente hablaba cuando alguien más le hablaba y yo no estaba de humor para hablar, cantar, jugar o cualquier otra de nuestras actividades típicas del recreo. Así que ambos nos quedamos en silencio, un silencio que según yo me hacía falta. Pero Dios estaba en desacuerdo. Mi niño autista rompió el silencio con una canción. Debido a su capacidad vocal tan limitada, su mensaje sonó a: «Baaaa, ba, ba, ba, ba». Luego volvió el silencio. En cuestión de segundos reconocí la melodía. Casi me dio tortícolis cuando giré la cabeza con brusquedad y grité incrédula:
-¿Qué?
Entonces repitió: «Baaaa, ba, ba, ba, ba. Baaaa, ba, ba, ba, ba». De nuevo silencio. Ya no pude contener las lágrimas. Así que me uní a él:
-Sí, Cristo me ama. La Biblia dice así.
Trabajaba en una escuela pública. Nunca cantábamos coritos cristianos. Nunca antes había tenido un arranque musical como ese y jamás lo volvía escuchar. En ese momento, cuando más lo necesitaba, Jesús se acercó para recordarme que me ama.
Escucha con atención en tus momentos de tristeza. Dios quizá use a un niño autista, una asna, un cuervo, una suave brisa o un fuerte diluvio, pero él se acercará para que conozcas la amplitud, la longitud, la profundidad y la altura de su amor.
LaToya V. Zavala