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CUANDO VIVÍA EN BANGALORE mi salud se deterioraba día tras día. Con frecuencia me desmayaba mientras andaba en la calle y terminaba en el hospital. Después de varias revisiones me diagnosticaron diabetes con hipertensión. En una de esas ocasiones mi pulso estaba muy bajo y el doctor del turno nocturno lo revisaba cada hora. Hacia la mañana, mi pulso volvió a la normalidad y me dieron de alta. Me recetaron medicamentos y una dieta especial. Un año después nos mudamos otra vez a Hosur.
Por la gracia de Dios pudimos construir una casita de dos habitaciones con un pequeño jardín. El clima era muy agradable y apropiado para mi esposo y para mí. Solíamos dar caminatas matutinas diarias.
Con la ayuda de Dios pude lavar la ropa, limpiar, cocinar, hacer todos los quehaceres de la casa y trabajar con mi esposo en el jardín. Nunca salíamos de casa sin haber realizado nuestras devociones matutinas. Al mediodía nos relajábamos, leíamos, escribíamos y estudiábamos la Biblia. Siempre esperamos que el Señor atendiera nuestras necesidades y fue nuestro amigo constante. Visitábamos hogares las noches de sábado, dirigimos reuniones de oración y estudios bíblicos. No teníamos transporte, así que caminábamos para visitar a la gente. Fue nuestra rutina.
La gracia de Dios me mantuvo sana y feliz. Su gracia hizo posible lo imposible. Dependíamos completamente del Señor y su gracia nos bendijo, por lo que logramos hacer muchas cosas. Nuestro hogar es su morada. Su gracia me hizo concluir dos años de maestría en inglés en un solo periodo. Me alegra decir a mis amigas que tenemos un Dios que me da fuerzas en mi vejez para trabajar. A veces me pregunto cómo puedo con tanto trabajo, a pesar de mi espondilitis, mi hipertensión y mi diabetes. Ahora sé que su gracia me ayuda en todo momento.
La senda de la vida no siempre es llana y fácil para los mayores, pero por gracia divina alcanzamos nuestra meta. Ahora tengo sesenta y cinco años. Me alegra adorar a un Dios viviente que jamás falla a quienes piden su ayuda.
Winifred Devaraj