|
MI ESPOSO Y YO recordábamos y contábamos nuestras múltiples mudanzas durante 43 años de vida en pareja. Hacía poco nos habíamos mudado a Hawái, era la vigésima primera casa en que vivíamos. Supongo que no es motivo de sorpresa. Es de esperarse que la familia de un ministro se mude, de vez en cuando, según sea necesario. Aunque, como esposa de un ministro, a veces realmente no quería que nos mudáramos, pues empacar y desempacar son dos tareas muy pesadas. Así que cuando mi esposo por fin se jubiló el año pasado, me dio mucho gusto. Ya podríamos quedarnos en la casa que Dios nos había provisto. Pero nos llamaron de una pequeña iglesia en Hawái y mi esposo opinó que debíamos ir. Por supuesto, yo estuve de acuerdo y me alegraba saber que aún podíamos servir, aunque él estuviera jubilado. Lo mejor de mudarnos a Hawái es que no tuvimos que empacar muebles: la casa parroquial ya estaba amueblada. Lo único que necesitamos llevar fueron nuestra ropa y nuestros libros, aunque llevamos la menor cantidad posible de esas cosas. Hasta nos dieron un automóvil que pudiéramos usar mientras durara nuestro servicio. ¡Qué privilegio!
Espero con ansia el momento en que se cumpla la promesa de nuestro Señor registrada en Juan 14:2. Significa que nunca tendré que mudarme otra vez. Significa que permaneceré en la mansión celestial, aunque sé que los redimidos de Dios iremos de un planeta a otro, explorando el vasto universo. Me emociona pensar que seremos como ángeles que visitaremos otros planetas y veremos lo que Dios nos habrá preparado. Aunque visitaremos otros lugares, no empacaremos y desempacaremos, como cuando viajamos en esta tierra. Sí, las palabras de Cristo en Juan 14:2, hacen eco en mis oídos. Me prepara un lugar. No será una casa ordinaria de tres habitaciones o un lugar común como los de este planeta, pues él mismo dijo: «Lo que jamás vio ojo alguno, lo que ningún oído oyó, lo que nadie pudo imaginar que Dios tenía preparado para aquellos que lo aman» (1 Corintios 2: 9). Así que si mi hogar terrenal no es tan elegante o amplio como quisiera, está bien, porque sé que tengo una mansión mejor allá. Apenas puedo esperar a ocupar esa vivienda que Dios preparó. ¿Tú también has aceptado su promesa?
Ofelia A. Pangan