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Limpieza

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¿Qué Dios perdona el pecado y pasa por alto, como haces tú, las culpas al resto de su heredad? No mantendrá por siempre su ira, pues se complace en el amor. Volverá a manifestarnos su ternura, olvidará y arrojará al mar nuestras culpas, Miqueas 7: 18, 19.

MI HERMANA Y SU FAMILLA necesitaban descansar de la bulliciosa vida en la ciudad de Nueva York. Vivía en la jungla de asfalto donde sus hijos no tenían sitio para jugar o correr todo lo que quisieran. Así que salí de mi casa en Pensilvania para recogerlos; luego pasaríamos un encantador fin de semana. Ella quiso volver en autobús con su familia pero yo preferí que se llevara mi automóvil nuevo y seguro. Durante el trayecto, una pequeña piedra golpeó el parabrisas y le hizo un agujerito. Para cuando llegaron a Nueva York, se había convertido en una grieta de cinco centímetros.

La decidiosa yo esperó un mes para llamar a la aseguradora y a la refaccionaria. La grieta era demasiado grande como para repararla, así que el parabrisas nuevo me costó un deducible de 50 dólares.

Llevé el auto ese día y para cuando salí del trabajo, ya estaba listo. Con gratitud subí al carro y sonreí, pues el parabrisas estaba reparado por fin. Lo que me sorprendió fue su intensa claridad. Yo presumo de tener mi auto siempre impecable. Cada semana lavo con esmero todas las manchas, salpicaduras y restos de aves con un champú especial muy caro. Pero hasta mis diligentes esfuerzos para conservar limpio el coche eran inútiles. Mi viejo parabrisas seguía sucio, aunque no me diera cuenta; parecía muy limpio, pero el parabrisas nuevo me hizo ver la realidad.

Cuando el pecado de David y Betsabé quedó al descubierto, el rey escribió: «Límpiame por entero de mi culpa, purifícame de mis pecados. [...] Rocíame con hisopo y quedaré purificado, límpiame y seré más blanco que la nieve» (Salmos 51: 2,7). Solamente Cristo puede limpiarnos así, a nosotras, criaturas pecadoras. Con alegría nos quitará nuestros trapos sucios manchados de carmesí y nos vestirá con su manto de justicia sin mancha. Su muerte en la cruz del Calvario permite que nosotras, sucias criaturas, nos presentemos limpias el día del juicio ante su Padre. Si todavía no has recibido a Cristo como tu Salvador, acéptalo hoy.

Sharon Michael

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