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ABRÍ LA CARTA DE MI MAMÁ con una mano mientras engullía mi desayuno con la otra. Era lo típico que escriben las madres a sus hijas: No te desveles. No olvides ir a la iglesia. No olvides tomar tus vitaminas. Usa acondicionador para tu cabello. Vístete bien. ¡Palabras, palabras!
«Mamá, ¿para qué me mandas una carta que dice lo mismo que me dices una y otra vez cuando hablo contigo una vez a la semana?» Mi mamá había escrito «Te quiero mucho» al final de la carta.
Arrojé la carta por ahí y salí apresurada a mi área de pediatría. Caminé a la cama asignada a nuestro equipo y lo que vi me heló la sangre. Un niño como de cinco meses con múltiples anomalías congénitas. Esa «cosa» ni siquiera me pareció un bebé; los bebés son cálidos, suaves, lindos con mejillas esponjosas y sonrisas sin dientes. Ese niño era todo menos eso. Angustiada, susurré una oración Silenciosa: «Ay, Dios, ¿por qué permitiste que esta cosa naciera? ¿Para que viva una existencia miserable de interminable e inhumana dependencia?». Miré a la mujer que había dado a luz a ese despojo humano. Me sonrió. Nada más. Sin falsas ínfulas, desdén, odio; solamente aceptación ciega.
Miré otra vez a la «cosa». Agitó sus bracitos y pataleó con energía. ¡Hora de comer! Al ver juntos a la madre y al hijo, despertó en mi interior algo primitivo. Ella colocó de nuevo al niño en la cama y yo lo toqué con precaución. Tomó mis dedos con los suyos. ¡Su toque fue tan hermoso! De repente quise cargarlo. Pedí permiso a su madre y ella asintió. Lo levanté con alegría y lo abracé con fuerza. Él me miró con firmeza, como para advertirme que no lo soltara, luego sonrió un poco, se acurrucó y durmió.
De pie ahí en la bulliciosa unidad, mis pensamientos se dirigieron a la Palabra de Dios. Yo soy como ese bebito: enferma, sucia, repleta de debilidades y defectos, con las cicatrices del pecado. Pero Padre celestial me ama como soy. Sin desdén u odio, solamente aceptación ciega y amor.
Me incliné para darle un último beso antes de irme.
-Adiós, Junior -susurré, encantada con su suave piel de bebé y su cálido aroma-. Creo que te quiero así como eres.
De vuelta en mi habitación, recogí la carta de mi madre y me la llevé al pecho. Comencé a escribir la respuesta: «Mamita querida, te quiero mucho, mucho, mucho».
Synthia Murali