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El segundo libro de Dios

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Todo lo hizo hermoso y a su tiempo, e incluso les hizo reflexionar sobre el sentido del tiempo, sin que el ser humano llegue a descubrir la obra que Dios ha hecho de principio a fin, Eclesiastés 3: 11.

CON GRANDES ANSIAS, mi esposo y yo acompañamos a nuestra hija y nuestro yerno en el viaje inaugural de su bote nuevo. Mientras nos deslizábamos por el agua cristalina del lago Míchigan, me fascinó la belleza que nos rodeaba. El reflejo del sol en el agua parecía crear diamantes en su superficie. La calidez del sol y la brisa que soplaba tibia sobre mi rostro y a través de mi cabello, me dieron una sensación inspiradora. Mi mente pareció despejarse y mis ánimos creativos comenzaron a exaltarse a medida que me relajaba. ¡Sin duda la naturaleza es el segundo libro de Dios!

¿No te alegra que a Dios le encante la belleza? A pesar de la plaga del pecado, la belleza de la naturaleza todavía existe para abrumar nuestros sentidos y calmar nuestras almas. El Señor ha provisto muchas oportunidades en el mundo natural para que tengamos placer y paz. No tenemos que buscar mucho para encontrar evidencias del amor divino por lo hermoso y por la humanidad: los enormes árboles, blancas nubes como de algodón, el sol, la luna y las estrellas, así como las numerosas variedades de aves y mariposas que embellecen el aire. Exuberantes pastos verdes, arbustos en flor y criaturas silvestres que testifican ese amor. Hasta en las ciudades hay parques donde se puede disfrutar la belleza natural. No es común que nos demos el tiempo de notarla y apreciarla.

No hay oportunidad mejor para estar en comunión con nuestro Creador que en un lugar apartado de la naturaleza. A mi esposo y a mí nos encantan las aves que se dan un festín en los alimentadores de nuestro patio trasero, con ardillas que comen las sobras en el suelo. Al observar a los animales, recordamos cómo Dios los cuida aunque no siembran o cosechan.

Sembrar y observar el milagro de las pequeñas semillas o bulbos que se transforman en plantas que dan sus botones, frutos o vegetales, es una experiencia asombrosa. Los regalos de la naturaleza fueron diseñados para acercarnos a su Hacedor. El tiempo que pasemos en esos ambientes podría dar dividendos eternos.

Bucear en ciertas partes del mundo es una oportunidad de experimentar otra dimensión de la creación de Dios. Peces de todas formas, todos tamaños y colores, junto con variadas y asombrosas formaciones de coral que lucen sus brillantes colores, son un paisaje inigualable.

¡Qué agradable ayuda es la naturaleza para restaurar la imagen de Dios en nosotras!

Marian M. Hart

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