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La oración es productiva

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Reconózcanse, pues, mutuamente sus pecados y oren unos por otros. Así sanarán, ya que es muy poderosa la oración perseverante del justo, Santiago 5: 16.

FUE HACE CASI DOS AÑOS. Mi nieta Any tenía diecisiete años. De camino a la escuela un viernes, un automóvil de repente se detuvo frente a ella, salieron varios hombres toscos, tomaron a Any, la metieron a fuerzas al vehículo y se alejaron con rapidez. Poco después, le dieron oportunidad de llamar a su padre. Apenas logró decir «¡Papá, ayúdame!» antes de que los hombres le quitaran el celular y la ataran de las manos. Los secuestradores la llevaron a una casa deshabitada en las afueras de la ciudad, donde la desataron y la encerraron en un cuarto. Durante la noche, ella escuchó voces que discutían su destino: ¿Pedirían rescate o la llevarían a la frontera para sacarla del país? La segunda opción resultaba especialmente peligrosa para Any.

Mi yerno llamó a la policía. En cuanto me enteré de que mi nieta estaba secuestrada y en peligro, con oraciones y lágrimas de inmediato llamé a mis hermanas de la iglesia. Les pedí que oraran por nosotros. Hicimos una cadena de oración y rogamos a nuestro Dios amante que nos ayudara en ese momento decisivo.

Any lloró toda la noche. En la mañana, notó una flor solitaria en una maceta. Como le encantan las flores, se acercó a olerla. Entonces vio una llave. Rápida como un rayo pensó que tal vez abría la puerta. Temblorosa, la colocó en el cerrojo. ¡La puerta se abrió! Sin perder tiempo corrió y corrió tan veloz como pudo, lejos de la casa. No había alguien que la ayudara, no había casas, gente, nada. Desafortunadamente, uno de los hombres la vio y corrió tras ella. Pero justo en ese momento Any vio una carretera. Había un autobús estacionado y corrió hacia el vehículo. Echó mano de sus últimas fuerzas y alcanzó el autobús exactamente cuando el chofer estaba a punto de arrancar.

-¡Por favor, ayúdeme! ¡Me están persiguiendo! -gritó Any llorando.

El chofer la ayudó a subir y pronto se alejaron a toda velocidad. En cuanto pudo, la llevó a su casa.

Cuando me dijeron que Any había regresado, no tuve palabras para agradecer a mi Dios por sus maravillas. ¡Realmente contestó nuestras oraciones!

Ana Angelova

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