|
SOMOS MUJERES, el género más sensible, ¿verdad? Sin embargo, de vez en vez la mujer nacida en Boston que soy, sale a relucir. Solamente negocios, siempre a las prisas, «¡Rápido, rápido, rápido!», fue todo lo que pude pensar mientras vi que la cajera conversaba tranquilamente con la mujer que estaba frente a mí en la fila. Lo peor es que pensé en voz alta.
-Ojalá se apurara para que ya nos pudiéramos ir -susurré a mi esposo cuando pusimos nuestra mercancía en la banda. La respuesta fue puntual y precisa.
-Está llorando —dijo él en voz baja. ¿Cómo pude ser tan cruel?
Justo cuando pensé que la situación iba mal, empeoró. Mi esposo y yo decidimos pagar su cuenta. «Misión cumplida», pensé cuando procedía sacar nuestras cosas del carrito, mientras él pagaba. Luego di la vuelta en el momento preciso para recibir la mirada estupefacta de mi esposo. Sus ojos me preguntaban: «¿Qué te pasa?». Pero sus ojos no bastaban para mi mentalidad bostoniana. Así que me lo tuvo que decir:
—¡Abrázala!
¡Por supuesto! Tras recuperarme de la cariñosa reprimenda, entendí por qué la cajera había ido más allá de los límites de su trabajo, más allá de la costumbre. Había visto un corazón humano y lo atendió.
Mientras mi esposo terminaba su transacción, con gentileza acaricié el hombro de la señora para indicarle que tenía nuestra simpatía. Ante el gesto, inclinó su cabeza sobre mi hombro y lloró. Salimos con ella, oramos por ella y la animamos. Antes de despedirnos, tomó mi mano y dijo:
-Jamás la olvidaré.
Pude haber respondido: «Usted me recordó que Jesús se da la oportunidad de atenderme, responder mis oraciones, consolarme y escucharme. Jamás está demasiado ocupado». -Tampoco la olvidaré -fue lo único que dije.
Sí, estamos demasiado ocupadas para detenernos, mirar y escuchar cuando se presenta una oportunidad de hacer el bien. A veces, hasta nosotras las cristianas nos hacemos tanto lío con la vida diaria, que lo que sucede a nuestro alrededor nos pasa desapercibido. Estamos tan ocupadas con nuestras actividades que pasamos por alto nuestra verdadera ocupación.
LaToya V. Zavala