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MI PERRITA MINNIE era muy linda y activa. Me seguía a todos lados. Como era tan pequeña, nunca le poníamos correa. Salía con nosotros pero nunca sabía cómo volver, así que siempre la dejábamos en casa.
Un día tuvimos una visita; la puerta del patio se quedó abierta y Minnie se salió. Alguien la atrapó y se la llevó. Buscamos a Minnie por todos lados pero no pudimos encontrarla. Cada día oramos por ella. Un día, alguien vio a Minnie con una mujer y me avisó, así que fui a buscarla. Cuando la vi, la llamé.
-¡Minnie! -de inmediato corrió hacia mí y la levanté. Luego pregunté a la mujer-: ¿Dónde la encontró?
-La vi caminando sin rumbo y pensé que se había perdido.
Nos alegró muchísimo que Dios hubiera respondido nuestras oraciones.
Mi hijo se perdió una vez cuando tenía cuatro años. Había hecho conmigo un largo recorrido en tren a Hyderabad y después de llegar a la estación, nos fuimos a la casa en bicitaxi; mi hijo lo disfrutó mucho. Luego lo inscribimos a una escuela a la que era necesario que alguien lo llevara y recogiera cada día. Un día, cuando la persona que supuestamente debía llevarlo a casa se retrasó, mi hijo vio que otros niños se iban en bicitaxi. Se le ocurrió unírseles y subió al vehículo. Después de que el chofer dejó a los otros, mi hijo se quedó solo a disfrutar el paseo.
-¿Dónde queda tu casa? -le preguntó el chofer.
-Muy lejos -respondió mi hijo.
El hombre se preocupó y como hijo traía puesto su uniforme, decidió regresarlo a la escuela. Mientras tanto, cuando la persona llegó a nuestra casa sin mi hijo, todos nos preocupamos y fuimos a buscarlo en diferentes direcciones. Cuando llegué a la escuela, ahí estaba, no quería bajar del bicitaxi y el chofer me contó lo sucedido. Nos aliviamos y alegramos de haber encontrado a mi hijo.
Cuando nos perdemos en este mundo, Dios seguramente se siente como nosotros nos sentimos. Este mundo está lleno de tentaciones que nos alejan de Dios y nuestro hogar. Es fácil perderse. Pero cuando nos arrepentimos, damos la vuelta y dejamos atrás las tentaciones mundanas, Dios se regocija.
Winifred Devaraj