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ANNA Y YO NO ÉRAMOS MUY ÍNTIMAS. Ella era mayor, de otra cultura, muy reservada. La conocí más bien en sus últimos años, aquellos amargos de desempleo y pérdida de amistades. Una vez, muy perturbada, preguntó a mi esposo si podía emplear sus contactos para ayudarla a recuperar su empleo o sus cheques de jubilación. La institución para la que trabajó había perdido su expediente y retenía su pensión. Ed dijo que no tenía contactos, pero le sugirió que hablara con cierta persona. Le envié un cheque con una nota, con la esperanza de ayudarla un poco. Anna nunca admitió haber recibido el cheque ni lo cobró. Parecía que deseaba evitarnos cuando la veíamos en la iglesia. Me sentí horrible. Sabía que la había ofendido. El cheque sin cobrar en mis estados de cuenta lo comprobaba.
Llegó el año siguiente y se me ocurrió un plan. Anna era una costurera excelente. La contrataría para que elaborara las pijamas de nuestra nieta.
-Hágalos usted. Tengo patrones. Vamos juntas a comprarlos materiales -dijo Anna.
De hecho, nos divertimos. Ella sabía tan bien como yo que no podía costear su servicio experto, pero pareció alegrarse de acompañarme en esa aventura.
-Pensé que usted y Ed estaban molestos conmigo -comentó.
-¿Por qué? -la idea me conmocionó.
-Porque le pedí que me ayudara a encontrar trabajo.
Le aseguré que su solicitud jamás nos había causado molestia o enojo. Luego yo me aventuré.
-Yo pensaba que usted estaba enojada conmigo por insultarla al enviarle un cheque y por eso, nunca lo cambió.
Una sonrisa se dibujó en sus labios.
-¡Nunca lo cambié porque lo enmarqué junto con su nota y lo colgué en la pared! Jamás alguien hizo algo tan amable por mí. Quería recordarlo cada día.
Nos abrazamos y nos reímos tanto que nos salieron lágrimas. Nunca sabemos lo que piensa otra persona o lo que Dios puede hacer de nuestras vidas, palabras o acciones. Pero sabemos que lo que hagamos por amor a él, será una bendición.
Lois Rittenhouse Pecce