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ÁLVARO Y MÁXIMA tenían como veinte años cuando se conocieron; eran cristianos recién conversos que aprendían a vivir mejor y esperaban ayudar a los demás, al servir al Señor. Dispuestos a aprender, eran estudiantes diligentes. Cuando Álvaro terminó su capacitación, los misioneros de Filipinas consideraron que estaba listo para ir a predicar el evangelio. Máxima mejoró su talento musical para tocar el órgano y dar estudios bíblicos. Hicieron equipo para evangelizar. A medida que su amor por el Señor y su obra aumentó, también la admiración que se tenían mutuamente; dejaron que Dios los guiara y decidieron hacer equipo de por vida.
El 29 de mayo de 1922, tras una boda sencilla quedaron declarados como marido y mujer. Así se convirtieron en mis padres, Mamá trabajó con el equipo evangelizador hasta que nació su primero hijo; entonces decidió ser ama de casa. Papá siguió predicando e hizo de su familia inmediata, su prioridad máxima. Hombre disciplinario, creía que «la letra con sangre entra». Mamá era una visionaria, buena, cariñosa y muy educada, como Papá. Esas influencias paternas están entre muchas por las cuales agradezco al Señor cada día; su capacidad de oración fue el vínculo más fuerte que unió a la familia.
Cada mañana, Papá cantaba «Por la mañana» para llamarnos al culto familiar. Siempre mencionó a cada hijo al final de su oración final. Antes de dormir, Papá cantaba un himno para llamarnos al culto vespertino. Cada miembro de la familia tenía su turno para orar. En ausencia de Papá, Mamá conducía a la familia.
Después de la adoración vespertina, mis hermanos menores se sentaban a los pies de Papá para que les contara una historia: Daniel y sus amigos, José, Moisés, el nacimiento de Jesús. ¡A veces se quedaba dormido antes de terminar! Lo despertábamos para que continuara donde se había quedado. Nos contaba cómo cuando vendieron a José, miró a lo lejos las tiendas donde vivía su padre y entonces lloró, prometiendo amar al Señor como su padre lo amaba. Llorábamos igual que José.
«Gracias, Señor, por darnos a nuestros amorosos padres. Como familia, queremos adorar a Jesús en la Tierra Nueva. Hoy, por favor bendice a todas las madres y padres, mientras conducen a sus hijos hacia ti.»
Consuelo Roda Jackson