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DESPUÉS DE MUCHOS INTENTOS infructuosos de salvar mi matrimonio, decidí separarme de mi esposo. Desde el día de la separación, comencé a experimentar todas las promesas de Dios en mi vida. Mis hijos y yo fuimos felices durante ese difícil periodo, a pesar de los problemas. Recuerdo bien algo que sucedió un viernes como ocho meses después de la separación.
Tenía el hábito de leer un libro devocional, al atardecer, todos los viernes. Ese día en especial me sentía cansada, triste y afligida. No sabía qué daría a mis hijos de desayunar el sábado, cuando llegué a la casa después de la reunión del pequeño grupo al que asistía los viernes. Me fui a acostar sin leer el devocional. No pude dormir y tras muchas horas de dar vueltas en la cama, decidí levantarme y escuchar la voz del Espíritu Santo. Parecía decirme que leyera mi libro devocional, sobre todo, el mensaje para ese día. Lo leí. Fue un alivio encontrar el texto siguiente: «El Señor es mi pastor, nada me falta [...] no temeré mal alguno, porque tú estás conmigo, tu vara y tu cayado me sosiegan» (Salmos 23: 1,4). Para confirmar que Dios conducía mi vida, también leí Mateo: «No anden preocupados» (6: 25). Si observamos a los pájaros, no andan ansiosos juntando comida para el día siguiente. Confían en que encontrarán lo que necesiten. No tienen preocupaciones o ansiedad.
Pronto me quedé dormida, con mi corazón en paz. El sábado nos levantamos para ir la iglesia sin desayunar. Pero pronto escuché la voz de mi hermana, vecina nuestra; pedía que me asomara a su casa para darme una hogaza de pan que me había preparado, Quedaba resuelto el problema de la comida. Después de la iglesia, mi amiga Gislene, directora de nuestro grupito, me entregó un sobre que contenía como 75 dólares que los miembros habían juntado la noche del viernes, después de la reunión. El dinero me serviría para comprar despensa.
A pesar de las circunstancias desfavorables y la angustia que a veces experimentamos, Dios está al mando de nuestras vidas. Deberíamos colocar todas nuestras cargas y preocupaciones en manos del Señor y descansar en él. En verdad puedo declarar: «Gracias, Señor, porque siempre satisfaces mis necesidades».
Rosángela Ferreira Nery