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Libélulas

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Así debe alumbrar la luz de ustedes delante de los demás, para que viendo el bien que hacen alaben a su Padre celestial, Mateo 5: 16.

CÓMO NOS DIVERTÍAMOS DE NIÑOS en las calurosas tardes de verano, persiguiendo pequeñas libélulas por el patio, atrapándolas y colocándolas en frascos de vidrio, siempre nos decepcionábamos cuando entrábamos a la casa y nos dábamos cuenta de que esas lucecitas eran simples bichos feos. Sin embargo, cuando nos acostábamos y se apagaban las luces artificiales, veíamos cómo una por una parpadeaban las luces de los frascos.

Olvidé esos días durante años. Luego crecí y me trasladé a África con mis dos hijos. Una noche estábamos sentados en los escalones en plena oscuridad, cuando noté un destello entre los arbustos. ¡Luego otro y otro más! Los niños estuvieron muy felices tratando de atrapar esas luces parpadeantes.

Todavía más años después, volvía encontrara las libélulas. Llevábamos poco tiempo en Uganda cuando tuve mi primer encuentro con la malaria. Primero noté que me dolían los huesos. Luego comenzaron los escalofríos; me rechinaban los dientes y dolía la quijada. Entonces me invadió la fiebre. Me dolían la cabeza y el cuello, me sentí completamente miserable. A media noche empecé a alucinar. Con tanta fiebre, olvidé quién era yo y dónde estaba. Tuve miedo. Justo en ese momento, cuando estaba ahí recostada, abrumada y temerosa, vi una lucecita parpadear en el techo. Mis ojos la siguieron por la habitación. Luego vi otra y otra. Mi mente comenzó a clarearse y me di cuenta de que veía las libélulas de Dios. Dejé de temer y sentí una paz profunda. Avanzada la noche, antes de volver a dormir, seguí las luces mientras se desplazaban por la habitación. Agradecía Dios por su respuesta a mi grito de miedo.

¡Qué Dios tan maravilloso tenemos! Provee sus pequeñas criaturas para que compartan sus lucecitas y nos guíen en la oscuridad. Le interesa cada persona y envía su luz para que lo sepamos. Porque nos ama tanto, siempre deberíamos estar listas y dispuestas a compartir nuestra luz con alguien que grita de dolor en la oscuridad, para mostrarle el camino hacia la verdadera luz. Cristo dijo: «Yo soy la luz del mundo. El que me sigue no caminará en tinieblas, sino que tendrá la luz de la vida» (Juan 8: 12).

Frances Osborne Morford

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