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Extranjera en el aeropuerto

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Te estás portando fielmente en el servicio que prestas a los demás hermanos, especialmente a los que llegan de otros lugares, 3 Juan 1: 5.

EL AEROPUERTO PUEDE SER MUY ATERRADOR para quien se queda varada en un país extranjero sin moneda local. Esa era mi situación. Mi esposo y yo solemos viajar juntos, nos divertimos, como cuando observamos a la gente. Tal pasatiempo no es muy entretenido a solas, especialmente si me siento varada.

Volvía a mi hogar después de un funeral y mientras esperaba a hacer conexión en otro país, me botaron de mi vuelo, el cual estaba sobrevendido debido a un día festivo. El personal de la aerolínea no supo decirme cuándo podría tomar otro avión, pues todos los vuelos parecían estar retrasados. Quedé varada y necesitaba avisar a mi esposo dónde estaba, pues él esperaba que llegara en poco tiempo. Hacía un rato, mientras esperaba mi vuelo, había comprado comida y algunos recuerdos para acabarme el dinero de ese país, así que me había quedado sin efectivo. Situaciones como esa me motivan a orar más que de costumbre; lo mismo diría cualquiera, supongo.

Traté de usar mi tarjeta de crédito para llamar a mi esposo e informarlo de mi predicamento, pero los teléfonos no aceptaban tarjeta. Al contemplar mi siguiente movimiento, observé a un caballero que, desesperado, intentaba hacer una llamada de larga distancia y cada vez se frustraba más, debido a sus numerosos intentos fallidos. Al estar en una situación similar, entendí su frustración. Ofrecí ayudarlo cuando me di cuenta de que marcaba el código de acceso incorrecto. Me dejó encargarme del asunto con una expresión de alivio. En mi primer intento se conectó su llamada; su gratitud fue sobrecogedora. Su conversación fue breve. Estaba a punto de marcharse cuando recordó que yo no había podido hacer mi llamada. De inmediato me ofreció el resto de su crédito pues ya no lo necesitaba. Como no esperaba ese gesto, ahora me tocó expresar mi gratitud. Al final llamé a mi esposo, que ya estaba preocupado porque yo no había llegado en el vuelo esperado.

Cuando volvía la sala de espera, comencé a pensar en lo sucedido y me di cuenta de que un acto de bondad había generado otro. Realmente debemos ayudar a los demás, no solamente para recibir una recompensa, sino para que se enteren de que somos cristianas gracias a nuestras acciones. Eso espera Dios de sus hijas. Deberíamos preguntarnos cómo nuestro comportamiento refleja a Cristo cada día.

Brenda Ottley

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