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Un simple cajón de estacionamiento

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Mi Dios les dará a ustedes todo lo que les falte, conforme a las gloriosas riquezas que tiene en Cristo Jesús, Filipenses 4: 19.

LLEVABA A ANA A SU TERAPIA FÍSICA UN VIERNES. El tráfico era terrible. Aunque habíamos salido temprano, mi reloj decía que apenas tendríamos tiempo de llegar a su cita. Pero no me preocupé, porque oré a Dios para que nos hiciera llegar a tiempo. ¡Así fue!

Dejé a Ana en la entrada del edificio y fui a buscar dónde estacionarme. Estacionarse en Baltimore, en la zona aledaña al Johns Hopkins por la mañana, cuando miles de personas llegan a recibir terapia física, radiación o quimioterapia, es difícil. ¡Eso sin contar a todos los empleados, estudiantes y demás gente que allí labora! Era la primera vez que iba a ese lugar y realmente no conocía bien los estacionamientos. Pregunté a un guardia. Me indicó dónde había un estacionamiento a dos cuadras.

«Bien, puedo estacionarme ahí. Cuando Ana termine, puedo llevar el carro a la entrada y recogerla», pensé. Pero el problema sería volver al edificio. ¡Había muchas calles de un solo sentido y yo soy muy desubicada!

Al alejarme lentamente del edificio, oré. «Señor, ¿podrías encontrarme un lugar cercano al edificio de terapia física? Sabes que no sé ubicarme.» Sonreí y continué. «Dios, ¿podrías consentirme hoy, aunque sea solo con un lugar para estacionarme?»

¡Es un Dios asombroso al que servimos! En verdad, le interesan todas nuestras necesidades y las satisface. Antes de que pudiera decir «Amén», un vehículo se salió de un cajón de estacionamiento limitado a dos horas, cercano al edificio de terapia física. De nuevo sonreí y dije: «¡Qué maravilla, Señor! Te doy gracias. Eres asombroso».

A veces acudimos a Dios solamente cuando tenemos problemas enormes. «¿Vale la pena molestar a Dios con las pequeñas preocupaciones de nuestras vidas?», nos preguntamos. Pero a él no le molestan los pequeños detalles, aunque sea un cajón de estacionamiento. Lo conmueve que acudamos a él con las pequeñeces de nuestras vidas, tanto como nos alegra que nuestros hijos nos digan todo lo que sucede en sus vidas. Dios nos ama y quiere que confiemos en él no solamente con cosas grandes, también con lo más pequeño. ¡Sí, nos consiente tanto como para darnos un buen lugar donde podamos estacionarnos!

Jemima Dollosa Orillosa

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